domingo, 26 de julio de 2015

Cuadro de costumbres. Los españoles pintados por sí mismos


El cuadro de costumbres es un subgénero propio del costumbrismo o literatura costumbrista en el que se describen, con frecuencia de forma satírica o nostálgica, los tipos y actitudes, comportamientos, valores, costumbres, vestidos,  y hábitos comunes a una profesión, región o clase representativos de una sociedad cualquiera.
En España destacaron en este estilo, los escritores Mariano José de Larra, Ramón Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón.

La denominación fue creada en Inglaterra por Richard Steele y Joseph Addison y pronto se traspasó a Francia, y a España.

De hecho "Los españoles pintados por sí mismos" se parece a la publicación francesa "Les français peint par eux-mêmes" (Los franceses pintados por sí mismos), de 1840-1842.






El volumen español fue publicado por Ignacio Boix (figura central en la edición de libros en  Madrid a mediados del siglo XIX) entre 1843-1844.
 
"Los españoles pintados por sí mismos" refleja los postulados románticos que exaltaban la manifestación de la personalidad y buscaban las raíces del sentimiento nacional en el arte. Además, refleja el resurgimiento de la xilografía, que, trabajada con la habilidad de los grabadores de esta época, permitía obtener sobre la madera efectos análogos a los que ofrecían el lápiz o la pluma sobre el papel.






Las xilografías son obra de Francisco Lameyer y Calixto Ortega, en colaboración con Leonard Alenza. Caricaturizan la forma de vestir y los trajes de la época en un estilo que muestra la influencia de la obra de Goya, Los caprichos. Ya en 1837 Ortega aparecía en las actas de la Real Academia de San Fernando, como un xilógrafo notable de aquel entonces. Realizó contribuciones significativas a una variedad de libros importantes, como el que aquí se muestra, Los españoles pintados por sí mismos. El texto del libro es de gran valor literario. Tiene una introducción y 99 artículos cortos de escritores contemporáneos, como Ramón de Mesonero Romanos, cuyos artículos son «La patrona de huéspedes» y «El pretendiente». Ambos están firmados con el seudónimo «El curioso parlante».







Esta obra tuvo tal repercusión, que surgieron otros textos imitando su estructura, como: "El álbum del bello sexo o las mujeres pintadas por sí  mismas" (1843), del que sólo aparecieron dos entregas, una de ellas compuesta por Gertrudis Gómez de Avellaneda y otra por Antonio Flores . "Los cubanos pintados por sí mismos (1852), "Los mejicanos pintados por sí mismos (1854), "Los valencianos pintados por sí mismos (1852), "Las españolas pintadas por los españoles" (1871-1872), obra en la que colaboraron Ramón de Campoamor y Benito Pérez Galdós. El ocaso de este género puede estar definido por los tomos "Españoles de hogaño" (1872) relativo al ambiente madrileño o "El álbum de Galicia. Tipos costumbres y leyendas (1897)

Si os apetece consultar este texto, y ver las estupendas xilografías podéis visitar la siguiente página:
https://archive.org/details/espanolespinta01madr

Y si queréis saber más sobre las  colecciones costumbristas:
http://publicaciones.ua.es/filespubli/pdf/LD8479080981522100.pdf

viernes, 3 de julio de 2015

El luto en el S.XIX

En una sociedad tan rígida y llena de convenciones como la del  S.XIX, la expresión del dolor por un ser querido no escapaba a una serie de normas y rituales, que cualquier persona educada y cristiana debía seguir estrictamente.
 
La muerte estaba muy presente en el día a día, el porcentaje de mortalidad infantil era altísimo y la expectativa de vida era sólo de 42 años.
 
Tan grande era el protocolo  a seguir, que se editaron por toda Europa gran cantidad de manuales, donde se especificaban las normas a cumplir.
 
Aunque los romanos utilizaban túnicas negras o de colores oscuros para expresar el dolor por la pérdida de un ser querido, fueron una serie de leyes y normas promulgadas por los Reyes Católicos las que regularon el luto en España. A raíz de la muerte del príncipe Juan en 1497, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón  ordenaron la Pragmática de Luto y Cera, por la cual, el luto debía representarse con el color negro. Anteriormente a esta pragmática, el luto era de color blanco. Tan estrictas eran esas normas que hubo que reprobarlo en el Concilio de Toledo; y en 1729, Felipe V definió una nueva pragmática más “relajada”.

 


En el siglo XIX la mujer era considerada “el ángel del hogar” y su actividad básicamente se centraba en el cuidado de los hijos y de la residencia familiar. Supeditada al marido, padre, o hermano, el luto femenino siempre fue más severo que el masculino.
 
En 1861 ocurrieron dos desgracias en Inglaterra que marcarían las normas del luto a partir de la segunda mitad del S.XIX. En este año murió la Reina Madre  y poco después el príncipe  Alberto marido de la Reina Victoria. La corte se sumió en un riguroso luto, que la reina prolongó hasta su muerte cuarenta años después.
 

 


La duración del luto variaba según el grado de consanguinidad con el difunto. La costumbre más general es de un año o dos por los esposos, padres e hijos; seis meses al menos por abuelos y hermanos; tres por tíos o sobrinos, y uno por parientes más distantes.
 
Por regla general el luto se dividía en cuatro periodos:
 
Primer periodo de luto o luto riguroso: usado por un año y un día.
 
La ropa debía de ser de género opaco y sin adornos excepto el crepe.
 
La mujer de clase alta podía seguir la moda, pero siempre usando tejidos de seda o lana.
 
El rasgo más distintivo de este periodo era el largo velo de crepe negro que llegaba a la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete.
 
No se usaban adornos o joyas, excepto si eran de ebonita, azabache, vidrio (negro) o joyas hechas con el pelo del propio difunto.
 
La mujer sólo podía dejar su hogar para ir a la iglesia o visitar familiares directos.
 
Si la mujer tenía hijos pequeños a los que cuidar y carecía de ingresos, se permitía un nuevo matrimonio después de este periodo.
 
Segundo periodo de luto: duraba 6 meses.
 
El bonete se puede adornar con flores o cintas blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza
 
Tercer periodo de luto: duraba entre 3 y 6 meses.
 
Los adornos de crepe se reemplazaban con adornos de seda negra, cinta negra y encaje. El velo se acortaba aún más y se podía dejar de utilizar, al igual que el bonete.
 
Cuarto Periodo de Luto o alivio de luto: duraba seis meses
 
Los trajes podían ser diseñados a la última moda, sólo tenían que ser hechos con colores de medio luto como el gris, violeta, lila malva y blanco.
 
El viudo sólo tenía un periodo de luto. Éste duraba entre seis meses a un año. Podía continuar su vida normal trabajar, e incluso podía volver a casarse.

Los niños llevan luto blanco hasta los siete años. De siete a diecisiete años se combinaba el blanco con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y debía usar luto riguroso si un familiar moría.

El duelo impedía asistir a eventos de placer mundano como fiestas. Durante el periodo de luto riguroso no se recibían ni se devolvían visitas domiciliarias, excepto las de pésame durante los primeros días.
 




La persona que estaba de luto debía utilizar tarjetas, papel y sobres de luto con franja negra. Cuando el luto finalizaba, y se quería reintegrarse en la sociedad, se debían dejar tarjetas a los amigos y conocidos avisando de que se podía recibir y hacer visitas.
 
Con la muerte tan presente en el día a día, la visita a los cementerios era obligatoria y las familias gastaban todo lo que podían para conseguir las mejores sepulturas. Los monumentos eran generalmente simbólicos, ya sean religiosos (cruces, ángeles), símbolos de la profesión del difunto (espadas para un general, brocha para un pintor) o símbolos de muerte.

Entorno a los funerales también existían multitud de supersticiones: Las embarazadas no debían asistir a los funerales. Se cubrían los espejos de las casas por la creencia de que el espíritu del difunto quedaba atrapado en ellos. Los relojes se paraban en la habitación donde ocurría el fallecimiento. No se estrenaba ninguna prenda en los funerales, pues se creía que traía mala suerte, especialmente estrenar zapatos.
 
Las carrozas fúnebres y los caballos eran adornados con plumas negras de avestruz, salvo si se trataba de un niño, que entonces eran blancas, al igual que el ataúd.
 
Por otra parte el funeral de una persona pobre, tenía que ser en domingo, único día en que no se trabajaba. Sin embargo si la familia no tenía ahorrado el dinero para poder efectuar el funeral en domingo, después de la muerte, el cadáver debía permanecer en la casa hasta el siguiente domingo.
Con la muerte de la Reina Victoria en 1901 y el inicio del periodo eduardiano, las costumbres en el luto se fueron relajando. Aunque en España siguieron conservándose bastante arraigadas hasta bien entrada la década de los años sesenta.

Para saber más:
http://museodeltraje.mcu.es/popups/06-2008.pdf