domingo, 28 de diciembre de 2014

Feliz Navidad y próspero 2015

 
Todo el equipo de Anacrónicos Recreación Histórica os desea unas felices fiestas y una próspera y alegre entrada de año nuevo. Ojalá que la salud, que el trabajo y que la felicidad llegue a todos vosotros y podamos llenar de sueños, ilusiones y fantasías esa parte de nosotros con la que todavía somos niños. Esperamos que el año próximo nos acompañéis, como habéis hecho éste, a muchos viajes por el pasado. ¡Feliz Navidad y 2015, amigos!
 
 

martes, 16 de diciembre de 2014

La muerte del General Prim

¿El jefe del Gobierno español fue víctima, en 1870, de una conspiración urdida por sus rivales? La comisión Prim, una misión científica del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo Jose Cela, en Madrid y formada por una veintena de especialistas, ha analizado las pruebas, examinado el cadáver y hecho la autopsia.



El 6 de Diciembre de 1814 nacía Juan Prim y Prats del que en este 2014 se cumple el bicentenario de su nacimiento. La noche del 27 de diciembre de 1870 y bajo una intensa nevada, el Presidente del Consejo de Ministros, Juan Prim, salía del Congreso. Cada vez más voces clamaban contra él e incluso había recibido amenazas de "matarlo como a un perro, en la calle". A las 19:30, tras una charla con Sagasta y Herreros de Tejada sube a su berlina para volver a casa, rechazando la invitación a cenar con sus compañeros masones en la logia de Madrid. Cuando el carruaje llega a la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), dos coches cruzados le cortan el peso. De las sombras salen varios hombres que disparan sus trabucos sobre el vehículo. Los testigos declararon en la investigación posterior que Prim, aunque herido en el hombro y en el codo, salió vivo de la emboscada y pudo llegar vivo y por su propio pie a su residencia en el Palacio de Buenavista (el edificio junto a Cibeles que hoy alberga el Cuartel General del Ejército). Allí subió a su habitación expirando tres días después a consecuencia de sus heridas.
 
Tres jueces investigaron este caso durante los ocho años siguientes al magnicidio cerrándolo sin encontrar al culpable. Se barajaron algunos nombres como los de Paúl y Angulo (cuya voz Prim dijo reconocer entre sus atacantes) o el Duque de Montpensier (cuñado de la destronada Isabel II) pero ninguno fue acusado formalmente.


Esta versión oficial sin embargo presentaba algunas casualidades (como que se comunicara la muerte tres días después del atentado, cuando Amadeo de Saboya ya se encontraba en España el 30 de Diciembre) e incongruencias que el periodista especializado en criminología Francisco Pérez Abellán puso en duda. La primera y principal, la escasa posibilidad de seguir vivo a tenor de los disparos que Prim recibió.

"Creemos que le seccionaron una o varias arterias. Las balas de aquellos años hacían estragos, y en un tiempo donde no existían las transfusiones de sangre ni muchos médicos capaces de ligar vías sanguíneas rotas, esas heridas implicaban morir desangrado al instante o a las pocas horas y no en tres días"

Otro de los interrogantes es que apenas se ofreciera ayuda médica a Prim después del ataque.

"Prim ya estaba muerto. Tras el atentado se hace creer al pueblo que está herido, porque se trata de un golpe de Estado y los golpistas necesitan tiempo para hacerse con el poder. Nadie sabía qué podía pasar si se anunciaba su muerte" cree Pérez Abellán.
Con esa hipótesis, la Comisión Prim ha llevado una pionera investigación para esclarecer las últimas horas de vida de Prim. En el 2012 se hizo un estudio en el Museo del Ejército de la berlina en la que fue tiroteado el político y la ropa que llevaba.

 
 
Se fijaron la trayectoria de los proyectiles en los agujeros de bala que aún son visibles en las puertas y en los fondos del interior. Luego analizaron el interior del carruaje y hallaron manchas de sangre, apenas perceptibles al ojo humano, en tapicería y paredes. La conclusión es que hubo nueve impactos y que se dispararon entre cinco y siete armas desde el lado derecho y el izquierdo de la berlina.
 
El examen de los agujeros de bala en la levita y en el levitón que Prim llevaba aquella noche dio un total de diez impactos distribuidos entre hombro y codo izquierdos. Además del estudio balístico se procedió también a analizar el cuerpo embalsamado de Prim, enterrado con ropa de gala.
 
 
Los forenses detectaron dos heridas muy graves de varios centímetros de diámetro en el hombro izquierdo y de varias más en la mano derecha que ocasionaron a Prim la fractura de varios huesos y la amputación de un dedo.
 
Las últimas hipótesis conllevan a pensar que tal vez el político fuera estrangulado. Se han hallado marcas alrededor del cuello que no se deben a la ropa. Debió de ser asfixiado en el Palacio de Buenavista mientras convalecía de sus heridas y dado que en la convalecencia tendría escolta, todo apunta a pensar que o bien sus guardianes estaban implicados o bien que el asesino pudo burlarla fácilmente por pertenecer a las altas esferas.  
 
Texto: Exclusiva de Janire Rámila en la Revista "Muy Interesante" de Diciembre 2012.
 
Más sobre el tema:
 
- "Los asesinos del general Prim" de Antonio Pedrol Rius. Civitas Ediciones, Madrid, 1990.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Solidaridad en Navidad

La Navidad es una época de festividad y de solidaridad. Este año, Anacrónicos R.H. participa con Cáritas en la recogida de productos para los más necesitados. 
 
Os invitamos a todos a colaborar aportando lo que podáis para que este año, a ninguna familia le falte un plato de alimentos ni una ducha caliente. El domingo 14 de diciembre algunas damas y caballeros de Anacrónicos nos reuniremos para mostraros el maravilloso museo del automóvil que tiene el Hotel Jardines de Sabatini de Madrid (Cuesta de San Vicente 16, entre Plaza de España y Príncipe Pío) para viajar con vosotros a los locos años del charlestón, a la época dorada de los gángster o al clasicismo de los años 50.
 
Desde las 10 de la mañana estaremos ahí para agradeceros el gesto de solidaridad. ¿Cómo hacerlo? Simplemente viniendo y aportando cuanto podáis. Cáritas recomienda traer alimentos no perecederos a corto plazo y con alto valor energético: legumbres, pasta, harina, azúcar... pero también productos para el aseo personal y la limpieza, como jabón, champú, pañales o papel higiénico. Colaborar con un simple kilo de arroz es un gesto pequeño para nosotros pero uno grande para una familia completa, pues da para preparar diez platos de comida caliente. A cambio de este gesto solidario podréis visitar un museo asombroso de automóviles antiguos que sólo es accesible a los clientes del hotel.
 
No dejéis pasar la oportunidad de ser solidarios y ayudar a quienes más lo necesitan. Que este año, la Navidad llegue a todos los rincones. ¡Os esperamos, no nos falléis! 

sábado, 29 de noviembre de 2014

La disección de cuerpos en el siglo XIX

En la era victoriana, los anatomistas se consideraban poco menos que verdugos. O poco más, pues la disección era, literalmente un castigo peor que la pena de muerte.

En este miedo a la disección residía, de hecho, el interés primordial de las autoridades por la entrega a los anatomistas de los cuerpos de criminales; que con ello se contribuyera al desarrollo de la ciencia era secundario. Tantos eran los delitos menores castigados con la muerte, que los organismos legislativos se vieron forzados a sumar nuevos horrores a las condenas como elemento disuasorio para los peores crímenes. Si robabas un cerdo, te colgaban; si matabas a un hombre, te colgaban y luego te diseccionaban. (En los candorosos primeros años de EEUU, la categoría de delitos penados con la disección se cumplió para incluir a los duelistas).


En Gran Bretaña, la disección en la sentencia para asesinos convictos se autorizaría en 1752 como alternativa al guindaste (guindar a alguien es ahorcarlo, untarlo en pez y dejarlo colgando de un armazón de metal a la vista de sus conciudadanos, mientras se pudre y los cuervos se lo comen a picotazos).

Para hacer frente a la escasez de cadáveres legalmente disponibles para la disección, los profesores de las primeras escuelas de anatomía británicas y estadounidenses fueron internándose en terrenos cada vez más pantanosos, y no tardaron en granjearse la fama de gente sin escrúpulos, tipos a los que les llevabas la pierna amputada de tu hijo y se la vendías por una miseria (37 centavos y medio, para ser exactos; al menos ése era el precio que pagaban en Rochester, Nueva York, en 1831). Pero ningún estudiante habría pagado su matrícula para aprender únicamente la anatomía de las piernas y de los brazos. O las escuelas se procuraban cadáveres enteros o corrían el riesgo de que todos sus alumnos se marcharan a las escuelas de anatomía de París, donde se podían usar para la disección los cuerpos no reclamados de los pobres que morían en los hospitales municipales.


Las medidas que siguieron fueron drásticas. No era raro que un anatomista cargara con algún pariente difunto hasta la sala de disección para practicar un poco, antes de llevarlo al cementerio.
 
Mucho más habitual era la técnica de colarse de noche en el cementerio y desenterrar el cuerpo de algún desconocido para estudiar su morfología. Con el tiempo, este acto llegó a llamarse "robo de cuerpos". El robo de cuerpos era un crimen nuevo, distinto del saqueo de tumbas, que implicaba el hurto de las joyas y las reliquias enterradas en las tumbas y panteones de las familias adineradas. Si a uno le pillaban con los gemelos de un muerto, era acusado de saqueador de tumbas, pero estar en posesión del propio muerto no constituía ningún delito. Antes de que se pusieran de moda los estudios anatómicos, no había en el Código Penal referencia alguna a la apropiación indebida de cuerpos de defunción reciente.

 
En 1818 por ejemplo, el médico de la época colonial Thomas Sewell, que pasaría a la historia como el médico personal de tres presidentes de EEUU y el fundador de la actual Facultad de Medicina de la Universidad George Washington, fue declarado culpable de desenterrar el cuerpo de una joven de Ipswitch, Massachusetts, para usarlo en sus prácticas de disección.

También había quien prefería pagar a alguien para que se encargara de hurtar los cuerpos. En 1828 la demanda de las escuelas de anatomía de Londres era tal que podía mantener ocupados a diez ladrones de cuerpos a tiempo completo y a cerca de doscientos más a tiempo parcial durante toda la "temporada" de disección". (A fin de evitar el hedor y la rápida descomposición de los cuerpos durante el verano, las clases de anatomía se impartían de octubre a mayo.) Según un testimonio dado ese mismo año en la Cámara de los Comunes, una banda de seis o siete resurreccionistas -como se les dio en llamar- llegó a desenterrar 312 cuerpos. Sus honorarios ascendían a unos mil dólares al año, una cifra cinco a diez veces más alta que los ingresos medios anuales de un trabajador no cualificado, vacaciones estivales incluidas.


Era un trabajo inmoral y desagradable, pero puede que al fin y al cabo no fuera tan horrible. Los anatomistas querían cuerpos frescos, con lo que el hedor no debía de representar ningún problema. Un ladrón de cuerpos no tenía que cavar la tumba entera, sino que podía limitarse a descubrir la parte superior. A continuación, sólo tenía que introducir una barra en la ranura del ataúd, levantar la tapa unos treinta centímetros haciendo palanca y pescar el cadáver pasándole una cuerda alrededor del cuello o bajo los brazos. Finalmente, se tapaba el agujero con la tierra que se había amontonado durante la fase de excavación. La operación completa concluía en menos de una hora.

Muchos de estos resurreccionistas habían trabajado de enterradores o de ayudantes en las salas de disección. Así era como habían tomado contacto con las bandas de ladrones de cuerpos. Atraídos por la promesa de unos ingresos elevados y un mejor horario laboral, abandonaban sus actividades legales y se entregaban al oficio del saco y la pala.


En el diario anónimo Diary of a Resurrectionist, el autor no se detiene a comentar el aspecto que tenían los cadáveres o a reflexionar sobre su funesto destino. No alcanza a hablar de los muertos más que para dejar constancia de su tamaño y su sexo, y sólo en raras ocasiones se digna a dedicarles un sustantivo (por lo general, "cosa", como cuando dice que "la cosa está mala", refiriéndose a un "cuerpo descompuesto"). Es muy posible, no obstante, que esta forma singular de bordear el tema no se deba sino a la evidente falta de inclinación del hombre por las crónicas prolijas. Como demuestran entradas posteriores del diario, el tipo ni siquiera se molesta en escribir "colmillos" con todas sus letras y usa la abreviatura "clms". (Cuando "la cosa estaba mala", se le extraían los "clms." y otros dientes para vendérselos a dentistas que harían con ellos dentaduras postizas, y evitar así que la operación se saldara sin beneficio alguno.)

Sir Astley Cooper fue uno de los médicos que más abiertamente defendieron la disección humana.


"Si uno no ha operado en los muertos, tendrá que destrozar a los vivos", cuentan que decía.
Cooper era la clase de persona que no sólo mutilaba parientes ajenos sin ningún reparo, sino que también disfrutaba hundiendo el bisturí en las carnes de antiguos pacientes suyos. Se mantenía en contacto con los médicos de cabecera de los pacientes a los que había operado y cada vez que se enteraba por aquéllos del fallecimiento de alguno de éstos, mandaba a su cuadrilla de resurreccionistas para allá y les echaba un vistazo por dentro para ver cómo su trabajo resistía el paso del tiempo. También pagó para que desenterraran a pacientes de algunos de sus colegas de los que sabía que habían tenido dolencias extrañas o peculiaridades anatómicas. Era, en suma, un hombre cuya pasión por la biología parecía haberse convertido en una suerte de macabra excentricidad.
  
Por lo general, los peor parados eran los pobres. Con el tiempo, los empresarios sacaron al mercado un arsenal de servicios y productos antirrobo de cuerpos que sólo las clases altas podían permitirse. Para evitar el saqueo de los resurreccionistas, las familias dolientes podían instalar jaulas de hierro -las llamadas cajas fuertes mortuorias- alrededor del ataúd o fijarlas con cemento sobre la tumba. Las iglesias escocesas comenzaron a construir en los cementerios "casas de muertos", casetas en las que los cuerpos se guardaban bajo llave hasta que sus órganos y tejidos se descomponían lo bastante como para disuadir a los anatomistas. Se podían adquirir ataúdes con un cierre de resorte patentado, ataúdes equipados con barras de sujeción de cadáver de hierro colado, ataúdes dobles e incluso triples. Como es lógico, los propios anatomistas se contaban entre los mejores clientes de estas empresas de seguridad.


Pero sería un anatomista de Edimburgo, llamado Robert Knox, quien le diera el descabello a la ya denostada reputación de la anatomía con su autorización implícita del asesinato por el bien de la anatomía. En 1828, uno de los asistentes de Knox fue a abrir la puerta de su casa y encontró en el umbral a dos extraños con un cadáver a sus pies. Para los anatomistas de la época esta situación era pura rutina, y Knox les rogó a los hombres que pasaran. Aunque los dos hombres -William Burke y William Hare - le eran por completo desconocidos, les compró alegremente el cuerpo y aceptó la explicación que le dieron.

Cuando Burke y Hare se enteraron del dinero que podían ganar vendiendo cadáveres, decidieron producir unos cuantos por su cuenta. Algunas semanas más tarde, le entró la fiebre a un vagabundo alcohólico que se alojaba en el albergue de mala muerte de Hare. Convenidos de que, de todos modos, el hombre se iba de cabeza al otro barrio, Burke y Hare decidieron acelerar un poco el proceso. Hare le puso una almohada en la cabeza mientras Burke recostaba su nada despreciable peso sobre el pobre desgraciado. Knox no les hizo preguntas; es más, les animó a que se pasaran más a menudo por su casa. Y eso hicieron unas quince veces más aunque eso ya, pertenece a otra historia.

Fuentes:
“Things for the Surgeon” de Hubert Cole
"Fiambres. La fascinante vida de los cadáveres" de Mary Roach

domingo, 16 de noviembre de 2014

Concurso de postales navideñas

Se acerca la Navidad y queremos compartir con vosotros toda la magia de otros tiempos. Como en la edición pasada, os invitamos a crear una postal navideña con la que poder felicitar a todos nuestros amigos a través de las redes sociales y que refleje nuestro espíritu anacrónico y nuestra admiración por el pasado.
 
El concurso es sencillo. Las bases para participar son las mismas que las del sorteo anterior:
 
  • Pueden participar todos aquellos que:
     
     - nos tengan agregados a su twitter o Facebook, nos siguen en el blog o sean miembros del foro.
     
    - residan en territorio nacional
  • Teneis que enviarnos a anacronicos.recreacion.historica@gmail.com una postal de Navidad elaborada por vosotros. Se aceptan hasta un máximo de dos por persona y éstas pueden ser dibujadas, pintadas, recortadas, fotomontaje... pero tiene que tener como motivo principal la Navidad y un guiño al pasado. Aquí os mostramos algunas del año pasado:

Podeis enviarnos vuestras postales de Navidad hasta el 16 de Diciembre. Una vez transcurrido este periodo se valorarán las postales candidatas y se seleccionará un ganador poniéndose en contacto con él a través del correo electrónico proporcionado para enviarnos su postal.
 
La postal ganadora recibirá, gracias a la generosidad de Editorial D'Epoca dos de los nuevos títulos de esta temporada: "Evelina" de Frances (Fanny) Burney, una preciosa novela epistolar que describe los placeres y peligros de la alta sociedad inglesa de finales del siglo XVIII (en edición ilustrada) y "El secreto de Aurora Floyd" de Mary Elizabeth Braddon, una de las novelas de intriga y misterio más reconocidas en la Inglaterra victoriana. Los volúmenes se acompañan de marcapáginas y de una preciosa lámina a todo color de la portada del libro.
 
 
 
Y como os decíamos el año pasado, si aún no teneis estos ejemplares en casa os animamos a participar y a seguir con detenimiento las novedades de Editorial De Época Y si ya los teneis, ¿qué mejor regalo de Navidades podeis hacer? No fallareis.

Ya sabeis... ¡esperamos vuestras postales!

 

martes, 11 de noviembre de 2014

Cenas e invitados a principios del siglo XX

Una de las cosas más importantes para una anfitriona eduardiana era la organización de una buena cena. Cada detalle tenía la máxima importancia desde los propios alimentos o la bebida, al menaje, el servicio o la propia lista de invitados. Una cena tibia o fría, unos invitados aburridos o una mala disposición en la mesa, pueden terminar con la reputación de una anfitriona.
 

Ya que la cena era el más importante de los acontecimientos sociales, las damas y caballeros lo practicaron por encima incluso que bailes u otros eventos; la cena era considerado algo más íntimo, y por lo tanto sólo se invitaba a los amigos más cercanos o aquellos con los que se quisiera intimar. Para el engranaje de la alta sociedad, la cena no sólo era una prueba de la posición de la anfitriona, sino también el camino a una buena posición o a perderla.

Habitualmente, en cenas de mayor tamaño, se enviaban las invitaciones con tres semanas de antelación, aunque, a partir de 1910 se amplió de cuatro a seis semanas, lo que daba plazo a los invitados a excusarse por emergencias pero, por lo general, la aceptación de la invitación implicaba una confirmación tácita.

Las tarjetas de las invitaciones se compraban en tienda y, solían ser por lo general blancas con unos pequeños bordes. En el interior se ponía el nombre de los anfitriones, el nombre del invitado, la fecha, el lugar y la hora de la cena.
 
 
La hora de la cena variaba entre las 8 y las 9 de la noche, y se esperaba que los invitados estuvieran al menos un cuarto de hora antes. Las cenas ya no eran tan largas y pesadas como en el siglo XIX, ahora no duraban más de 40 minutos, y eran más importantes los entretenimientos posteriores.

A la llegada, los anfitriones esperaban en la entrada a los invitados, quienes dejaban su ropa de abrigo al servicio. Una vez en el salón, las damas se sentaban y los caballeros charlaban hasta que llegara el último invitado. En caso de que algún invitado no se conociera, la anfitriona sería la encargada de presentarlos; salvo en las cenas de gran tamaño, en las que el mayordomo se colocaba en la escalera e iba presentando a los invitados.
 

A la hora de sentarse en la mesa, los anfitriones nunca podían estar uno al lado del otro, al igual que los matrimonios, los padres con sus hijos. Se aconseja que haya un número igual de hombres y mujeres para la mejor distribución de la mesa pero, lo habitual era invitar a un par de hombres más para que las mujeres casaderas tuvieran alguna opción. La anfitriona es la última que se sienta a la mesa. Si la anfitriona no indica a sus invitados donde deben sentarse o a que dama ayudar a levantar cuando la cena concluya, se da por hecho que el orden es el de la entrada a la sala, es decir, según importancia social. La anfitriona preside la mesa, y el caballero que la ha llevado hasta ella (el de mayor rango social que no sea ni su marido, ni su padre), se sienta a su izquierda. Así según entraban se colocaban en su lugar. Salvo en las cenas de mayor tamaño, en las que se ponían tarjetas con los nombres o el menú incluía el nombre del invitado. Estos menús solían colocarse a lo largo de la mesa y en las cenas pequeñas podían servir hasta para dos invitados. Si eran simples o más complejos dependía del gusto de la anfitriona.
 
 
La decoración de la mesa dependía en gran medida de la anfitriona, pero había determinados puntos que se debían cumplir por etiqueta. Solíamos encontrar cristalería a lo largo de la mesa, plantas trepadoras decorando. Y en el centro de la mesa entre las flores y los platos, solían colocarse las frutas que se comerían en el postre. La iluminación eran algo importante y, a pesar de que en muchas casas ya había luz eléctrica, seguían usándose las velas. Encontramos también la cuchara de la sopa, dos tenedores, dos cuchillos y la cristalería.
 
 
La etiqueta de la mesa era muy estricta; nada más sentarse los invitados se quitan los guantes y los colocan sobre su regazo, extienden su servilleta y la colocan en el regazo (se consideraba de muy poca educación engancharla al cuello de la camisa o al escote del vestido). Primero se tomaba la sopa, que se tomaba a pequeños “sorbos” con la cuchara, pero ligeramente sin hacer mucho ruido. Después venía el pescado comido con los cubiertos de pescado y los fritos, que sólo se comían con el tenedor, así como las ensaladas, espárragos… Los guisantes eran sin duda, una prueba a la buena educación, y se comían sólo con el tenedor, mientras que la carne se comía siempre con tenedor y cuchillo, sin tocarla nunca con las manos. Los postres, pudines y los acompañamientos en general, se comían sólo con el tenedor.  El queso y el pan para el mismo se cortaban con tenedor y cuchillo, después se colocaba el queso sobre el pan con el tenedor y se llevaba delicadamente a la boca con el dedo índice y pulgar. Las uvas, cerezas o cualquier fruta picada se llevaba delicadamente a la boca y con discreción se echaban los pellejos en la mano y se colocaban en la mesa.
 
Tanto la cena como el postre se sirven por orden. Una vez finalizado los criados retiran la mesa y reparten el licor para los hombre (según orden de importancia social), y otra copa de vino para las mujeres (las mujeres no toman licor). En caso de que una dama quiera más vino, le ha de rellenar la copa el caballero a su lado, jamás lo hace por si misma. Pasados unos diez minutos, la anfitriona hace una señal a las damas para dejar el comedor, y la siguen por orden de importancia social. Los caballeros se levantan con las damas, pero no abandonan el comedor, se vuelven a sentar cuando la anfitriona deja la estancia. Mientras los hombres toman licores en el comedor y fuman, las damas, en la salita, toman café. Después de un par de rondas, los caballeros se unen a las damas en la salita. Hacia 1910, sin embargo, esta costumbre empieza a ser dada de lado y todos comparte el café, y los licores en compañía.
 
 
En la ciudad, la cena concluye, aproximadamente, una media hora después de que los caballeros se unan a las damas en la salíta. En el campo, sin embargo, era habitual continuar la velada hasta altas horas de la noche con juegos de cartas y otros entretenimientos.
 
Para la despedida no existía un protocolo establecido, salvo el de que los anfitriones debían acompañar a sus invitados hasta la puerta. Una vez todos ellos habían partido, sus deberes habían finalizado.

Fragmento extraido de Edwardian England: A Guide to Everyday Life, 1900-1914 de Evangeline Holland.

sábado, 25 de octubre de 2014

Segundo encuentro de Elegantes en Ormaiztegi

El año pasado por estas fechas os anunciábamos el Primer Encuentro de Elegantes en Ormaiztegi y como las buenas propuestas deben de tener larga vida, venimos a proclamaros que hay segunda edición y que promete ser incluso mejor que la primera.
 
Para todos aquellos que quieran acercarse a la localidad el 22 de noviembre, disfrutarán de un viaje al pasado, a la segunda etapa de la Belle Époque (1900- 1907). Algunos miembros de Anacrónicos Recreación Histórica han trabajado duramente desde el año pasado en talleres y asesoramiento para darle una mayor rigurosidad histórica al evento. Así como, gracias al Museo Zumalakarregi, se ha podido contar también con la ayuda de Viriginia Ameztoy y Gill Connon.


El Dress Code se compone de Traje de día o paseo de otoño/invierno y traje de baile y en el planing del día podemos encontrar desde un desayuno en una cafetería de vuelta al pasado, una sesión de fotos, juegos, lecturas, un paseo a pie o en carruaje (confirmados dos carruajes y dos coches de principios de siglo), una comida popular con menú (aprox. 20 euros), y un baile en el frontón del pueblo que estará decorado como el salón de baile del antiguo balneario y también una chocolatada.
¿No os apetece acompañarnos? ;-)

jueves, 9 de octubre de 2014

Madrid, otra mirada

Un año más, el Ayuntamiento de la Comunidad de Madrid organiza "Madrid con otra mirada" (MOM) para que todos los ciudadanos contemplen la capital española con otros ojos. Este año, 52 espacios diferentes a contar entre museos, bibliotecas, parques, iglesias, jardines y otros lugares, se suman a esta iniciativa que tendrá lugar los días 17 y 18 de Octubre.

 
 
Nuestra colaboración tendrá lugar en el Museo Cerralbo el día 18 de Octubre a partir de las 11h de la mañana y consistirá en recrear y ambientar las distintas dependencias del palacio madrileño siguiendo la moda de 1900. A lo largo de las espectaculares estancias de la institución, nuestros miembros recuperarán aquel pasado en el que vivía el Marqués, haciendo revivir al público aquellos usos y costumbres hoy perdidos.
 
La Belle Epoque por lo tanto, entrará en el museo donde la inmersión histórica será completa a partir de las 12:30h de la mañana, hora en la que llegará un Ford T de 1915 al museo y donde se hará una demostración pública de su puesta en marcha y sistema de arranque.

No os perdáis este viaje al pasado para ver Madrid con otra mirada. ¡Os esperamos!

jueves, 2 de octubre de 2014

La niebla londinense

Según la mayoría de los cronistas victorianos, la niebla solía mantenerse a unos 6 ó 7 metros sobre el nivel del suelo, aunque de vez en cuando bajaba en forma de nube espesa y oscura que impedía totalmente la visibilidad. Por ejemplo en el año 1873 se produjeron 19 muertes de viandantes por causa de la misma, ya fuera porque cayeran al Thames, a los diferentes canales o fueran atropellados.

El mes más neblinoso del año solía ser Noviembre mientras que la década que más días de niebla presentó fue la de 1880.
 
 

El tema de la niebla era tan importante que llegó a hacerse una clasificación de la niebla según densidad y color. Así encontrábamos un importante abanico de estratos desde el gris más claro hasta el negro casi total, en el intermedio podíamos encontrar tonalidades de color café (con más o menos cantidad de leche), variantes del verde botella e incluso brumas naranjas o amarillas que solían ser las más ahogantes.

La tonalidad de la niebla al igual que su densidad podían variar a lo largo del día pero, había algo que siempre se mantenía… la niebla se iba haciendo cada vez más oscura y espesa a medida que el viandante se acercaba al centro de la City.

Fragmento extraído de: TOURNIER, P.: “ Londres. Las claves de su historia”. Colección: Ciudades en el tiempo. Ed.: Robinbook. Barcelona. 2001

viernes, 19 de septiembre de 2014

Modales para caballeros decimonónicos en el teatro

Los teatros absorben una gran parte de la población de las capitales. Los italianos, ingleses y franceses van siempre en invierno, de manera que hé aquí una serie de consejos para caballeros sobre cómo comportarse en el teatro.

Un buen melodrama, una pieza nueva, hacen que se coma deprisa, y no pocas veces sucede apresurarse por un drama ridículo; pero no se desea ver la pieza, sino al actor o a la actriz que en él brillan.


Si tenéis un palco para señoras, estad seguros de que agradaréis si podéis acompañarlas si no tienen otro caballero; pero en una cosa, al parecer, tan simple como la de conducir señoras al teatro, hay ciertas diferencias de hombres; porque un necio no sabe acompañar a una señora a la comedia como un hombre de talento.

Si disponéis de la elección de sitio, hacedlo con gusto y discernimiento; y si estáis mano a mano, colocaos de manera que podáis ver, más bien que ser visto. Nada se gana en presentarse cara al público sino los goces del amor propio. Si conducís a varias señoras jóvenes y bonitas, ponedlas a todas por delante; las mujeres gustan de ser vistas, y el murmullo lisonjero que excita su belleza al presentarse en el palco, es más agradable a su oído que las consonancias más melodiosas de Rossini, y la cavatina más graciosa cantada por la Albini o por Galli.


No diremos tampoco que sea preciso dar a las señoras los asientos de delante; esto es sabido; pero si procurarles el anuncio de la comedia para que puedan ver los nombres de los actores y papeles de que están encargados.

Cuando un hombre ocupa la delantera de un palco y llegan señoras, sean las que fuesen, debe cederlas su sitio y pasarse atrás, porque aunque esto haga perder a un aficionado la vista de alguna parte de los movimientos de los actores, se debe este corto sacrificio a la belleza y al sexo.


No se debe hablar jamás en la comedia de modo que se distraiga la atención de los espectadores, y se merezcan los chis, chis, de los inmediatos; tampoco se debe dar la espalda al público porque os reputaría por un actor de que estuviese descontento.

Hay personas que recitan los versos que va a decir el actor precediéndole en uno o dos; no hay cosa más pesada que ésta y aunque haya razones para quejarse de la mediocridad de los actores, se puede apostar ciento contra uno a que iguales recitadores lo hacen mucho peor que ellos.

Si lleváis a la comedia señoras que no hayan visto la pieza que se representa, no las expliquéis ni las digáis nada, "ahora va a suceder esto", "o tal personaje entrará en la escena", "tal actriz va a salir", "esta es la intriga o el desenlace de esta manera"; esto es arrebatarles todo el placer de la representación, como diciendo: escúchenme Vds. lo que yo les explique, porque no son Vds. capaces de comprenderlo.


En otro tiempo se palmoteaba francamente al actor de talento; pero hoy, el amor propio de estos señores ha tomado un rumbo muy seguro para adquirirse los honores sin el trabajo de merecerlo.
 
Los teatros tienen sus apasionados; éstos se reúnen en los sitios más preferentes y forman una guerra exclusiva, y el artista moderno aguarda pacientemente la tronada de los aplausos para proseguir su papel; pero aunque este premio lisonjero sea debido al talento, acostumbraos a no palmotear jamás. Bien veo que se me dirá que es muy penoso no manifestar su satisfacción al actor que acaba de alegrarnos o enternecernos; pero la falta ésta, respecto a un hombre sensato, en las intrigas que suele haber en el particular para no querer confundirse con los aplaudidores asalariados.

El uso más fino que el del palmoteo es el decir: "bravo, muy bravo, bravísimo, y muy bien, grandemente".

Fuente: Protocolo.org

domingo, 7 de septiembre de 2014

Pan marinero en el siglo XVIII y XIX

Siguendo la estela de la receta del grog, aquí os dejamos otra que formó parte del almuerzo diario de los marinos durante siglos.
 
 
Receta:
 
Mézclese un kilo de harina con un vaso de agua tibia y otro de aceite o de manteca fundida. Agréguese un puño de masa madre y amásese a conciencia. Tras lograr una masa uniforme háganse bolas del tamaño de medio puño y aplánense. No ha de reposar ni levar. Cuézanse en el horno hasta que la masa tome color amarillo o muy levemente tostado. Déjense enfriar por completo y vuelva a cocerse hasta que tome un color dorado intenso. Caso de estar destinado a grandes travesías puede cocerse una tercera e incluso una cuarta vez cuidando que no tome color marrón.
 
Éste pan de viaje puede llegar a durar años (sí, años) si se almacena convenientemente. Para comerlo, lo más habitual es mojarlo en agua de mar para ablandarlo y así poder morderlo o cortarlo con el cuchillo reglamentario. Esto añadía además unas muy valiosas sales minerales a la monótona dieta de las tripulaciones, de ahí que no se le añada sal. Además hemos de recordar que, aunque ahora tiene un precio irrisorio, hace 300 años un kilo de sal era casi una pequeña fortuna.
 
Como no todo el mundo dispone de masa madre, se puede adaptar muy fácilmente cambiando el puño de masa por un cubo de levadura prensada de 25 gramos desleído en el vaso de agua.
 
Para los que no sean tan osados, aún se realiza una receta parecida que muy posiblemente alguien conocerá ya sin relaccionarla con su origen: http://www.youtube.com/watch?v=p1u-66WszUg
Esperamos que las disfruten.

domingo, 31 de agosto de 2014

La prostitución en el Londres victoriano

La prostitución en el Londres decimonónico era algo de lo más habitual, llegándose a calcular un número de 2.000 mujeres dedicadas a ello en los barrios bajos, y ya en torno los años cincuenta, las estadísticas policiales llegaron a contabilizar hasta 8.600 (lejos de la cifra dada por la prensa que rondaba las 120.000). Sin embargo la clandestinidad implícita del acto provocará que el número total de prostitutas sea desconocido.



La mayoría de estas prostitutas eran mujeres de muy diversa nacionalidad (aunque predominaban las alemanas y las irlandesas, sobre todo en el ejército), y se dedicaban a ello exclusiva o parcialmente (muchas mujeres se dedicaban a la prostitución después de finalizar su horario laboral, y eran conocidas como las dollymops). Y a pesar de lo que se pensaba en la época, la mayor parte de ellas se dedicaban a ello por placer. Ya que los salarios de la mayor parte de los trabajos eran excesivamente bajos, las costumbres ligeras (entre las clases bajas, el sexo no estaba tan mal visto por lo que una vez comenzaban, y descubrían que ganaban más dinero, no lo abandonaban), la vanidad (era la única forma de lograr vestidos que no fueran de sarga o complementos de todo tipo), los empleos sedentarios combinados con la falta de ejercicio físico y finalmente la ausencia, en la mayoría de los casos, de cualquier tipo de atención por parte de los padres, las llevaba a dedicarse a la prostitución.


Muchas de ellas, comenzaban prostituyéndose en las calles con una clara ansia de promoción social. La gran mayoría no lo lograba pero, anhelaban como un sueño, repetir las andanzas de la obra de “la Quilla”, en la que la hija de un marinero irlandés de Liverpool seducía al marqués de Harlington, al duque de Devonshire (quien la instaló en una casa en Mayfair), a Sir Edwin Landser y a Alfred Austin. Prostitutas conocidas por casarse con un aristócrata fueron Laura Bell, Agnes Willoughby y Kate Cook. Pero la realidad era que la mayor parte de las prostitutas no tenían dinero casi ni para subsistir.


Solían ubicarse sobre todo en los barrios más pobres del West End, destacando sobre todo Whitechapel, aunque también podíamos encontrarlas cerca de teatros, centros de ocio masculinos, y en burdeles de mejor o peor categoría. Cada noche podían llegarse a juntar hasta más de 500 más allá de Regent Street. Es más, a partir de las tres de la tarde, era casi imposible que una mujer honesta bajara de Haymarket hasta el Strand.

Iban excesivamente maquilladas, con mucho colorete y polvos en la cara, vestidos parecidos a los de las damas pero de colores más chillones y de telas más baratas (aparte de que esos vestidos solían estar sucios). Llevaban sombreros con plumas exageradas y la ropa interior utilizada era reducida a la más mínima expresión.


De todas formas muchas mujeres ejercían la prostitución en contra de su voluntad, por lo general en burdeles o casas, y muchas de ellas sin haber alcanzado siquiera la edad núbil, ya fuera por haber sido vendidas, entregadas como pago o por haber sido seducidas (aunque tan sólo un 4 % se podrían enclavar en esta categoría según Merrick). En este tipo de burdeles se tendían a hacer subastas de estas mujeres, siendo las que mayores precios obtenían las niñas vírgenes que no habían alcanzado la edad núbil.


Una gran fuente de información para hacernos una idea más clara, fue la obra llevada a cabo por el Reverendo G.P. Merrick, capellán en la prisión de Millbank, en 1890. Calculó que más del 90 % de las prostitutas encarceladas eran hijas de obreros semi o no especializados, y más de la mitad de ellas había trabajado como criada.

Ya refiriéndonos a las prostitutas acogidas en los centros de caridad, podría decirse que más o menos el 60 % vienen de familias monoparentales, ya fuera por muerte de uno de los progenitores o a que se desconociera el padre. Y la edad media a la que se declaraba haber perdido la virginidad era a los 16 (pero tan sólo entre las anglicanas que sabían leer y escribir). Aunque lo normal es que una mujer comenzara a dedicarse a la prostitución a partir de los 18 – 19 años.

 
La legislación, cada vez más represiva, llevó a crear asilos para prostitutas, a disminuir notablemente el número de “casas de tolerancia” ubicadas principalmente en la Avenida Radcliff (el cierre de esos locales provocó el traslado masivo de prostitutas a terrazas de los Music Hall, sobre todo a partir de 1860), y finalmente en 1885 a castigar el trato de blancas, imponiéndose penas carcelarias y multas a los propietarios de locales, así como a aquellos hombres que mantenían amantes.

De todas formas, la prostitución no era legal, pero a pesar de la Metropolitan Police Act de 1839, por la que se intentó erradicar de las calles, no se logró mucho. Es más, se llegó al punto de que los ciudadanos respetables las defendían por el trato recibido por la policía.

Se crearon así numerosos hogares y asilos para prostitutas, en los que se pretendía que dejaran atrás su trabajo y se reintegraran en la sociedad. En Mayhew por ejemplo había 19, con nombres tan rimbombantes como “el asilo para mujeres arrepentidas de Gran Bretaña”, también podíamos encontrar en Islington o en Euston Road. Muchas de las mujeres que salían de estos centros solían ser enviadas a las colonias como criadas, dónde la mayoría volvía a reincidir.


Otro de los grandes problemas de la prostitución fue la transmisión de enfermedades venéreas, llegándose a establecer que más de un tercio de las enfermedades sufridas por el ejército británico eran de este tipo. Lo que llevó a que entre 1864 y 1869 se votaran leyes para controlar la expansión de este tipo de enfermedades, leyes que se aprobaron en más de 11 ciudades con guarnición y puertos comerciales, pero no en Londres. Se estableció que toda aquella prostituta que quisiera trabajar en estos lugares debía declarar su actividad y, por lo tanto, entrar a formar parte de una lista. Cualquiera de ellas que levantara sospechas de poseer algún tipo de enfermedad debía ser sometida inmediatamente a un examen médico, de no superarlo se le prohibiría continuar prostituyéndose, pero si se negaban a someterse a ese examen serían conducidas hasta un juez. Toda prostituta declarada enferma debía ser ingresada en un hospital supuestamente especializado y que recibía el nombre de lock hospital.


El problema en Londres fue que desde un principio se acusó unilateralmente a las prostitutas de la transmisión de este tipo de enfermedades. Lo que provocó un gran movimiento de afinidad hacía ellas encabezado por Josephine Buttler, esposa de un director de escuela de Liverpool, y por el que se terminó reclamando el derecho a que la mujer tomara la iniciativa para poder enfrentarse a las normas sexuales establecidas por la sociedad. 16 años después y con un gran apoyo masculino lograron que la anterior ley fuera derogada por ser un ejemplo de discriminación sexual.

Este movimiento llegó incluso a hacer eco en las damas de la burguesía, que llegaron a declarar que el matrimonio no estaba excesivamente lejos de la prostitución. Además aseguraron que sin castidad masculina, nadie debía esperar castidad femenina, o sino que dejando atrás la moral establecida en la época, se dejara a una dama satisfacer sexualmente a su esposo.

La prostitución homosexual también existía, pero la rígida moral de la época la supeditaba a burdeles clandestinos o a los rincones más oscuros del West End.

Bibliografía: CHARLOT, M./ MARX, C. (Dir). : “ Londres 1851-1901. La era victoriana o el triunfo de las desigualdades”. Editorial: Alianza

jueves, 31 de julio de 2014

La comisión científica del Pacífico (1862-1866)

"[La comisión científica del Pacífico] fue la expedición ultramarina española más importante de la época isabelina y una de las más relevantes que se enviaron a América desde Europa en el S. XIX".

Se llevó a cabo durante el reinado de Isabel II con el lema “Por la Ciencia y la Gloria Nacional”, con la misión oficial de recolectar animales, plantas y minerales para los museos españoles, aunque sirvió de tapadera para otro fin menos “pacífico”, el de enviar una flota al Perú (Guerra Hispano- Sudamericana o Guerra del Pacífico).
 
 
Fue una expedición promovida y organizada por el Ministerio de Instrucción Pública, la Facultad de Ciencias de Madrid, el Jardín Botánico de Madrid y el Museo Nacional de Ciencias Naturales, también de la capital. Su destino era la costa Pacífica sudamericana desde donde se estudiaría gran parte del continente y donde no solo se documentaría gráficamente sino que también se recogerían multitud de especímenes, tanto vivos como muertos. Inicialmente contaron con cuatro buques de la Armada: Resolución, Triunfo, Vencedora y Covadonga. En ellos se embarcaron 7 naturalistas de los que cuatro eran zoólogos (Jiménez de la Espada logró ser uno de ellos) y un fotógrafo.
 
 
 Gracias a la cámara de Castro (fue el primer viaje español que se documentó mediante el nuevo invento de la fotografía) podemos aproximarnos a la configuración urbana de las ciudades que recorrieron esos viajeros, percatarnos de la magnificencia de la naturaleza americana y comprobar la complejidad de esas sociedades multiétnicas. Se le puede considerar uno de los pioneros del reportaje gráfico en España, enviando a España más de 300 placas fotográficas y 82.000 muestras.
 
Sufrieron muchas penalidades por la escasez de recursos y los problemas burocráticos con sus asignaciones y sueldos que llegaban tarde y mal o no llegaban, teniendo que alojarse en míseros fonduchos, llegando a pasar hambre. Su resolución y espíritu científico para remontar estas dificultades fueron por lo general encomiables y dignos de absoluta admiración.

A su regreso, Jiménez de la Espada fundó en 1876 la Sociedad Geográfica de Madrid y en 1883 entró en la Academia de la Historia. En los últimos años de su vida cosechó el mayor reconocimiento internacional por su obra. Participó en congresos americanistas. Su labor en pro de la divulgación de la antigua cultura incaica le valió la concesión de una medalla de oro por parte del Gobierno Peruano. También se le nombró miembro de la Sociedad Berlinesa de Antropología, Etnografía y Prehistoria, de la Real Sociedad Geográfica de Londres y de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid. En 1895 accedió a la presidencia de la Sociedad Española de Historia Natural que él mismo había contribuido a fundar.
 

sábado, 19 de julio de 2014

Presentación de Editorial D'Epoca en Gijón

 
Hace año y medio os hablábamos de esta pequeña editorial que habíamos descubierto para gran satisfacción nuestra y de muchos amantes, no sólo del siglo XIX y de la literatura, sino también para aquellos que buscan títulos difíciles de encontrar en castellano o historias descatalogadas. Tras algunos títulos publicados, el sábado 26 de julio, a las 19h en la Casa del Libro de Gijón (Asturias) va a tener lugar su presentación oficial (si la editorial fuese una joven doncella decimonónica hablaríamos de su "presentación en sociedad").
 
 
El evento tendrá lugar en colaboración con dos blogs literaarios,  Crónicas en Ferrocarril y Qué leería Jane Austen. La diversión está asegurada y podréis disfrutar de toda una aventura de época inolvidable.
 
 

lunes, 14 de julio de 2014

Los veranos de la "Belle Epoque" española

Hoy en día es costumbre en España irse a la playa en verano y pasar el día contemplando el mar o bañarse para ahuyentar las altas temperaturas pero ¿pasaba lo mismo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX? ¿Desfilaban los canotier y los tiesos bigotes de los señores y los trajes de baño intachablemente puritanos de las damas por estos oasis estivales? La respuesta es sí para ver y dejarse ver más allá de las famosas ciudades balneario europeas que tanta fama alcanzaron fuera de nuestras fronteras.


A finales del siglo XIX y principios del siglo XX eran varias las ciudades que se engalanaban para la llegada de los reyes (con su respectivo séquito de marqueses, condes y duques) para disfrutar de los baños de ola.
 
SANTANDER fue la elegida para los últimos veraneos de Alfonso XIII por tres motivos:
 
- su abuela, Isabel II la había visitado en 1861 buscando una solución a sus afecciones de la piel y le había gustado la playa del Sardinero.
 
- la reina Victoria Eugenia, nacida en Escocia, cuando visitó Santander le recordó su tierra natal por su arquitectura, su paisaje y sobre todo por su clima.
 
- el mismo Alfonso XIII no encontró un lugar mejor para disfrutar de sus deportes favoritos como el tenis, el polo, la vela o la caza.


Por estas razones, durante 17 años y hasta la proclamación de la segunda república, disfrutó la familia real de su paisaje estival. La ciudad le regaló a los reyes el Palacio de la Magdalena (sí, el mismo donde se ha rodado la serie española "Gran Hotel").
 
SAN SEBASTIÁN y su playa de la Concha fueron el lugar elegido por la reina viuda Mª Cristina, madre de Alfonso XIII, donde veraneó durante 30 años hasta 1928. El Palacio de Miramar era la residencia real donde la Corte y ella se trasladaban todos los veranos. Por imitación, la élite social europea también tomó como destino esta ciudad vasca convirtiéndose así la playa de la Concha en el eje de la vida social.


Hoy en día la ciudad, en honor al amor que la reina sentía por este lugar, se puede encontrar un puente, una calle y un famoso hotel con su nombre.
 
LA TOJA: En 1899 abrió sus puertas el primer balneario y ocho años más tarde, en 1907 el Gran Hotel, un resort de lujo inspirado en otros europeos y donde se hallaba reposo, se dejaba uno ver  se podían jugar las siempre famosas partidas de póquer y bridge. "La chata" (llamada así a la infanta Isabel, hija de Isabel II) era una de las habituales de este glamuroso balneario.


SAN LÚCAR DE BARRAMEDA ya era famoso por haber sido la estancia de la Duquesa de Alba con su séquito mientras Goya les acompañaba y creaba su Álbum A de dibujos (h. 1795). No obstante, fue a mediados del siglo XIX cuando esta "San Sebastián del Sur" despertó socialmente y atrajo a nacionales y forasteros para sus baños de mar. En 1845 se fundó la Sociedad de carreras de Caballos y en 1849 llegaron a la ciudad los duques de Montpensier (Antonio de Orleans y Mª Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II) con su corte de nobles, políticos y artistas que impregnaron la ciudad de un carácter cosmopolita y refinado.


En unas décadas, llegó a ser el centro de veraneo del sur de España. Las carreras de caballos en la playa eran el acontecimiento social del verano.


GIJÓN también cobró popularidad hacia 1920 con sus corridas de toros a las que llegaban grandes figuras de la época como Belmonte, Vicente Pastor o Bombita y por su Semana Grande que coincidía con las fiestas de Begoña en agosto. Alfonso XIII organizaba las regalas náuticas siendo el presidente de honor del Real Club Astur de Regatas y su hijo, Alfonso de Borbón, príncipe de Asturias, fue invitado de honor en 1925.


Bibliografía: Alfonso Pérez- Ventana: "Los veranos de la Belle Époque española.  Reportaje Hoy Corazón. Agosto 2013.