viernes, 29 de diciembre de 2017

El futuro visto en el siglo XIX

El paleofuturo o retrofuturo es el futuro pensado décadas atrás. En el siglo XIX imaginaban cómo sería nuestro presente pero ¿verdaderamente acertaron? Durante la Belle Epoque, a comienzos de 1900, fueron bastantes los que comenzaron a fantasear con los inventos asociados a la vida moderna y cómo transformarían las ciudades y nuestros hábitos.


El dibujante francés Jean-Marc Côté fue aún más allá diseñando cómo vivirá la sociedad el año 2000, el cambio de milenio. 




No fue el único dibujante que soñó. Otros artistas de principios del siglo XX idearon cómo viviríamos en los tiempos actuales.  







miércoles, 15 de noviembre de 2017

Concurso de postales de Navidad

Se aproxima la Navidad y queremos que todos participéis en ella de manera especial. Es por eso que os proponemos un sorteo muy especial:

El concurso: Consiste en enviarnos a anacronicos.recreacion.historica@gmail.com una postal de Navidad elaborada por vosotros. Se aceptan hasta un máximo de dos por persona y éstas pueden ser dibujadas, pintadas, recortadas, fotomontaje... pero tiene que tener como motivo principal la Navidad y un guiño al pasado. La tarjeta ganadora servirá para felicitar las fiestas a todos nuestros amigos a través de las redes sociales. 

Quiénes pueden participar: Todos aquellos que:

- residan en territorio nacional (lo lamentamos por aquellos que nos seguís desde el extranjero pero la economía para el envío del regalo no es muy boyante),

- nos tengan agregados a su twitter o Facebook, nos siguen en el blog o sean miembros del foro.

Fechas: Podeis enviarnos vuestras postales de Navidad hasta el 17 de Diciembre. Una vez transcurrido este periodo se valorarán las postales candidatas y se seleccionará un ganador poniéndose en contacto con él a través del correo electrónico proporcionado para enviarnos su postal.

El premio: Gracias a la generosidad de Editorial De Época sorteamos un volumen para la postal ganadora de las "Cartas" de Jane Austen, la primera edición íntegra en castellano de más de 160 misivas que la autora de "Orgullo y Prejuicio", "Sentido y sensibilidad" o "Persuasión" escribió en vida. Se trata de una edición comentada, anotada e ilustrada, que incluye índices biográficos (referido a las personas aludidas en las cartas), índices topográficos, índices de las obras a las que se hace referencia, cronología de eventos... más un set de postales con el que nos queremos sumar a la conmemoración del bicentenario del fallecimiento de esta gran novelista. 

¡Esperamos vuestras postales!

martes, 7 de noviembre de 2017

La investigación criminal en el siglo XIX

En 1893 el juez austriaco Hans Gross publicó Manual del Juez como Sistema de Criminalística, un libro que contenía todos los conocimientos científicos y técnicos que se aplicaban entonces a la investigación criminal. En él, definía la Criminalística como el conjunto de conocimientos y técnicas para el análisis sistemático de las huellas dejadas por el culpable. Fue precisamente a raíz de la publicación de este libro cuando se comenzó a usar el término «Criminalística», aunque a lo largo del siglo XIX tuvieron lugar muchos episodios decisivos para el desarrollo de esta disciplina. Veamos algunos.  


Si hay un personaje crucial en la historia de la investigación criminal del siglo XIX ese es François Eugène Vidocq. En 1809 el más famoso delincuente francés de su época, Vidocq, decide cambiar de bando y ofrece sus servicios como informador a la policía. Poco tiempo después se convierte en el primer director de la Sûreté Nationale. Son incontables los avances en investigación policial que se asocian al nombre de Vidocq. 



De él surge la idea de crear el primer cuerpo de policías de paisano de Francia, la mayoría de ellos exconvictos, quienes se infiltraban entre los criminales más peligrosos después de haber sido entrenados en técnicas de memorización del rostro. El mismo Vidocq lo hacía, a pesar de ser más que conocido en los bajos fondos, gracias a su legendaria habilidad para el disfraz. A él se le atribuye la iniciativa de abrir expedientes con las pesquisas de los casos, así como la elaboración de uno de los archivos de delincuentes más exhaustivos del siglo (sus fichas contenían la descripción física, los apodos, las condenas, los modos de actuación y hasta, en algún caso, registros caligráficos). Vidocq hizo hincapié en que los hombres a su cargo no se limitaran a actuar después de cometido un delito, sino que incluso trataran de evitarlos, por lo cual dio mucha importancia al desarrollo de técnicas de vigilancia de sospechosos. Durante los años que estuvo al frente de la Sûreté Nationale sus resultados fueron espectaculares, y si bien estamos en una época en la que la contribución de la ciencia al campo de la investigación es aún escasa, Vidocq puede considerarse como el primer impulsor de la Criminalística tal como la entendemos hoy en día, por la gran importancia que dio a la observación minuciosa del escenario de un crimen y a la cuidadosa recogida y custodia de los hallazgos encontrados.

En el Manual del Juez como Sistema de Criminalística, Gross consideraba imprescindible que las pisadas halladas en el escenario de un crimen sean cubiertas con cajas para evitar así que pudieran alterarse o incluso borrarse. Muchas décadas antes Vidocq ya elaboraba moldes de yeso para recoger las huellas de zapato dejadas en el lugar del crimen.



Habría que esperar hasta muy avanzado el siglo para que las huellas dactilares fueran aceptadas por un tribunal como prueba y gracias a ellas se pudiera condenar a una persona. Fue en el año 1892 en Necochea (provincia de Buenos Aires, Argentina). Una mujer acusada de haber asesinado a sus dos hijos fue condenada por las huellas que dejaron sus dedos ensangrentados. El inspector al cargo de la investigación había utilizado una nueva técnica (la de las impresiones digitales, como se denominaban entonces), difundida en Argentina por Juan Vucetich, uno de los padres de la Dactiloscopia, junto con el antropólogo inglés Francis Galton, quien ese mismo año publicó Huellas dactilares, donde se describía un novedoso sistema de clasificación de las huellas digitales.















Vidocq es considerado, una vez más, el pionero en la aplicación de los estudios de balística para el esclarecimiento de un crimen. En 1822, por sugerencia de Vidocq, se extrajo una bala del cadáver de una dama asesinada, presuntamente por su marido al conocer que ella le era infiel. Al comparar el proyectil extraído con la munición usada en las pistolas de duelo del marido, se descartó a éste y se pasó a sospechar del amante de la víctima, quien terminó por confesar el crimen.

Otra de las más destacadas figuras de esta disciplina en el siglo XIX es Henry Goddard, miembro del cuerpo de policía londinense de los Bow Street runners. En 1835, Goddard se percató de que la bala encontrada en el cuerpo de una víctima tenía una peculiar protuberancia. Entonces era común que los poseedores de armas fabricasen sus propios proyectiles con plomo fundido, usando un molde, y precisamente eso fue lo que Goddard halló en la casa del principal sospechoso, un molde con una hendidura que encajaba a la perfección con la protuberancia de la bala. Con este molde, el perspicaz y metódico policía fabricó otro proyectil, el cual, comparado con el que se extrajo de la víctima, sirvió de evidencia e hizo que el asesino confesara, constituyendo un hito en la historia de la balística.

En 1840, por primera vez en la historia se dicta una condena de asesinato gracias al análisis toxicológico de los restos exhumados de un cadáver, el de un ciudadano francés apellidado Lafarge. La condenada fue Marie, su joven esposa, de quien desde un principio se sospechó que había envenenado a su marido con arsénico. El insigne médico que mediante el novedoso test de Marsh, demostró la presencia de arsénico en los restos de la víctima fue un español, Mateo Orfila, una de las figuras clave en la historia de la toxicología forense, aunque su dictamen en aquel caso no estuvo exento de polémica. Marie, que siempre defendió su inocencia, escribió sus memorias en prisión, desde donde se carteó con ilustres personajes de la época, como Alejandro Dumas. En junio de 1852, enferma de tuberculosis, fue puesta en libertad por gracia de Napoleón III, muriendo a los pocos meses.


                                                                Grabado de Marie Lafarge

Las más antiguas fotografías de criminales que se conservan son cuatro daguerrotipos tomados en Bruselas en 1843. En la segunda mitad del siglo se crean diversos ficheros policiales de personas procesadas, para así poder identificar a los criminales en caso de reincidencia al salir de prisión. Sin embargo, estos archivos resultaron poco prácticos: lo habitual era que los delincuentes dieran nombres falsos (los documentos de identificación carecían de imagen) y la búsqueda manual de las fotografías en los ficheros era tan rudimentaria y farragosa que no es extraño que, incluso en el caso de disponer de una fotografía previa del sospechoso, ésta no se llegase a localizar.

En 1883 se identifica en París al primer delincuente reincidente gracias al método de identificación antropométrico diseñado por Alphonse Bertillon, el cual se basaba en la medición de distintas partes del cuerpo, registradas en una ficha a la que se adjuntaba una fotografía de frente y otra de perfil. Pese al éxito inicial, su método se puso en entredicho tras encontrarse dos individuos cuyas medidas eran iguales, y se abandonó, casi por completo, al extenderse la identificación por huellas dactilares.

De Bertillon es también un sistema para fotografiar la escena del crimen, en el cual se incluye el empleo de un testigo métrico junto a los elementos fotografiados, y suya es la recomendación de tomar las fotografías antes de que se produjera cualquier manipulación del escenario del crimen.

La publicación del Manual del Juez como sistema de Criminalística de Hans Gross marca un antes y un después en la historia de la Criminalística, aunque el notable avance de la investigación criminal en el siglo XIX no hubiese sido igual sin las incontables aportaciones a este campo de Eugène-François Vidocq, quien de manera voluntaria pasó de ser uno de los delincuentes más temidos de Francia al policía más eficaz del siglo. Eficacísimo tanto en la resolución de casos como en la prevención del delito, este policía francés, un adelantado para su tiempo, puede ser considerado el padre, o al menos el abuelo, de la Criminalística.

Fuente: Javier Alonso García-Pozuelo, licenciado en medicina, docente, autor del blog “Cita en la Glorieta” y escritor de “La cajita de rapé” (Maeva, 2017), novela policiaca ambientada en el Madrid de 1861 en este enlace

martes, 17 de octubre de 2017

Inventos importantes del siglo XIX

El siglo XIX fue especialmente creativo en inventos. Algunos se atribuyeron falsamente a autores que no les correspondían, otras veces, sin el descubrimiento anterior, difícilmente se hubiese llegado al próximo. Aqui les presentamos los más importantes.



AÑO                          INVENTO                       INVENTOR


1801             RADIACIÓN ULTRAVIOLETA     JOHANN W. RITTER

1804                          LOCOMOTORA              RICHARD TREVITHICK

1825                    SISTEMA BRAILLE              LOUIS BRAILLE

1826                          FOTOGRAFIA                 NICÉPHORE NIEPCE

1826                          CERILLA                         JOHN WALKER

1829                LOCOMOTORA DE VAPOR    GEORGE STEPHENSO

1835                      CÓDIGO MORSE               SAMUEL MORSE

1838                       TELÉGRAFO                     SAMUEL MORSE

1846                          ANESTESIA                    WILLIAM MORTON

1846                      MÁQUINA DE COSER        ELÍAS HOWE

1851                         ASCENSOR                     ELISHA OTIS GRAVE

1854             LÁMPARA INCANDESCENTE    HEINRICH GÖBEL

1854                         TELÉFONO                      ANTONIO MEUCCI

1859                          SUBMARINO                  NARCISO MONTURIOL

1861                          BICICLECTA                   PIERRE MICHAUX

1863                          DIRIGIBLE                      SOLOMON ANDREWS

1866                  TERMÓMETRO CLÍNICO      THOMAS CLIFFORD ALLBUTT

1872                   MÁQUINA DE ESCRIBIR      CHRISTOPHER SHOLES

1876                          TELÉFONO                     ALEXANDER G. BELL

1878                           FONÓGRAFO                THOMAS A. EDISON

1879          BOMBILLA INCANDESCENTE     THOMAS A. EDISON

1880                            SISMÓGRAFO               JOHN MILNE

1883                  TRANVÍA ELECTRICO           JOHN J. WRIGHT

1884                   PASTILLA DE JABÓN           WILLIAM H. LEVER

1885                           AUTOMÓVIL                  KARL BENZ

1886                           COCA-COLA                  JOHN PENBERTON

1887                     LENTES DE CONTACTO    EUGEN FRICK

1888                           GRAMÓFONO                EMILE BERLINER

1888                           SUBMARINO                  ISAAC PERAL

1890                           AVIÓN                             CLÉMENT ADER

1893                           CREMALLERA                L. JUDSON WHITECOM

1894                           CINEMATÓGRAFO        HERMANOS LUMIÈRE

1895                           RAYOS X                         WILHEM K. RÖNTGEN

1899                            ASPIRINA                       FÉLIX HOFFMAN

No incluimos en este exiguo listado la máquina de vapor por pertenecer al siglo XVIII aunque su mayor desarrollo lo tuviera durante la 2ª Revolución Industrial y también queremos expresar que las fechas no son fijas, pues en ocasiones no se tiene documentación fiable de cuándo exactamente se creó el artefacto. 

martes, 19 de septiembre de 2017

Bibliografía comentada sobre indumentaria histórica : Deb Salisbury

Desde hace unos años el mundo de la indumentaria histórica está sufriendo un importante rejuvenecimiento; ya no sólo contamos con los viejos manuales clásicos, que aunque no superados, se terminaban viendo escasos porque había muchos puntos que no terminaban de tratar, ahora un cierto número de autores ha irrumpido en el marco editorial con obras que son, cuanto menos, de lo más interesantes y útiles.
Hoy vamos a tratar de una de las más recientes Deb Salisbury que, de momento nos lega cuatro ejemplares de lo más interesantes con los que trabajar. ¿Uno de sus handicaps? Obviamente están en  inglés.
The Art of the Mantua-Maker: 1870-1879 (Fashion, Sewing, and Clothes Care Advice)
Autora: Deb Salisbury
 Editorial: Autoedición 
 Año de edición:2014
 Idioma:Inglés
 Nivel: Intermedio
 Número de páginas: 307
 Dónde conseguirlo: https://www.amazon.es/Art-Mantua-Maker-Fashion-Victorian-Dressmaking/dp/1502832003/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1475851517&sr=8-1
Me encontré con esta serie de libros casi por casualidad y, personalmente me parecen una auténtica joya. No hay grandes alardes editoriales, es en blanco y negro y con una edición justita, pero el precio no supera los 11 € por lo que es una oferta más que interesante.
Ya en contenido podemos decir que es un estudio de la moda femenina desde 1870 hasta 1879, pero un estudio pormenorizado, analizando los distintos tipos de trajes al completo, desde la ropa interior, pasando por el traje y luego la decoración; con esquemas de algunos modelos y muchas imágenes ilustrativas. No te va a decir cómo hacerlo, pero si te guía en la parte teórica del tema. Hablamos de los tejidos y colores de moda en el año, que se utilizaba para que tipo de vestido, para qué se usaban esos vestidos… todo ello recopilado de revistas de la época y aderezado con una interesante bibliografía.
En contraposición podemos decir que, para aquellos no familiarizados con el inglés puede ser un libro arduo de leer, pero merece la pena intentarlo. En definitiva, 100 % recomendable.

Victorian Bathing and Bathing Suits (The Culture of the Two_Piece Bathing Dress from 1837- 1901)
 
 
 Autora: Deb Salisbury
 Editorial: Autoedición
 Año de edición:2013
 Idioma:Inglés
 Nivel: Intermedio 

 Número de páginas: 122
 Dónde conseguirlo: https://www.amazon.es/Victorian-Bathing-Suits-Culture-Two-Piece-ebook/dp/1492971405/ref=sr_1_2?s=books&ie=UTF8&qid=1475852422&sr=1-2
Como en el caso anterior nos encontramos ante un estudio pormenorizado de lo que se denominó la cultura de “tomar las aguas” desde sus puntos de vista sociales, a las modas ya sean de dama, caballero o infante aunque, como suele ser habitual, se centre fundamentalmente en las damas. Que telas elegir, que colores, que complementos, todo lo encontrareis aquí, ilustrado dignamente y con algún pequeño esquema, aunque no muchos
También cuenta con una bibliografía más que interesante aunque, por sus dimensiones el libro sepa a poco (pero lo poco que hay es altamente recomendable).


Elephant's Breath and London Smoke ( Historical Color Names, Definitions, ans Uses in Fashion, Fabric and Art)
 Autora: Deb Salisbury
 Editorial: Autoedición
 Año de edición:2015
 Idioma:Inglés
 Nivel: Alto
 Número de páginas: 209
 Dónde conseguirlo:    https://www.amazon.es/Elephants-Breath-London-Smoke-Definitions/dp/1505497884/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1475853013&sr=1-1-catcorr
Si habéis visto esto título seguramente os habréis quedado de piedra, y si habéis tenido el libro en vuestras manos y habéis visto que es un diccionario sin ninguna imagen y muchísima letra, a muchos os habrá echado para atrás. Pero, permitidme decir que os equivocáis, este libro es una auténtica joya! Arduo y complicado, cierto, pero una auténtica joya al fin y al cabo.
¿Y que puede tener para nosotros algo que se llama “Aliento de elefante y bruma londinense”? Pues algo que se pasa generalmente muy por alto y que es la terminología de los colores. Tendemos a extrapolar nuestros conocimientos a épocas pasadas, sin pensar si en esos momentos era realmente así. Por ejemplo damos por hecho que lo que hoy entendemos por rojo ha sido rojo toda la vida, y no es así. Sin ir más lejos en el siglo XIX los colores tenían tras de si toda una serie de rituales, y ya no es sólo el hecho de que hubiera mil matices de un mismo color y que usar uno u otro pudiera lanzarte en sociedad o hundirte, sino que cada color se usaba para una cosa concreta.
Y este libro nos ofrece eso, una guía de colores, su descripción, su simbología, para qué usarlos, cuando usarlos, con qué usarlos y quien los podía usar.
Es un libro sumamente complejo, pero una mina de oro a un precio irrisorio.
Su gran falta… las imágenes. Sobre todo en temas como estos en los que la clave está en el matiz, tenemos que hacer uso de la imaginación para saber de que está hablando la autora.
Por cierto, ¡la bibliografía es también un punto a favor!
Fabric à la Romantic Regency ( A Glossary of Fabrics from Original Sources from 1795- 1836)


 Autora: Deb Salisbury
 Editorial: Autoedición
 Año de edición:2013
 Idioma:Inglés
 Nivel: Alto
 Número de páginas: 324
 Dónde conseguirlo:  https://www.amazon.es/Fabric-Romantic-Regency-Glossary-Original/dp/149298745X/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1475853956&sr=8-1

Bueno, pues aunque la autora acaba de publicar un nuevo libro, por hoy este será el último para nosotros. Otro de esos arduos pero verdaderas joyas.
 Bibliográficamente hablando la época de principios del siglo XIX es la que menos se tiende a tocar, por lo que suele ser bastante complejo encontrar estudios interesantes que vayan más allá de una recopilación de fashion plates o algún libro de patrones (que son de lo más interesantes, pero dejan un importante vacío de conocimiento). Y si a eso le sumamos que nos encontramos en una época en la que la industrialización textil está en pañales podemos llegar a encontrarnos en un problema. Porque, al igual que en el caso de los colores, no podemos extrapolar el nombre de un tejido del siglo XXI y dar por hecho que a principios del Siglo XIX fuera lo mismo. A parte de que muchos de los tejidos y colores que se empleaban entonces hoy en día han caído en desuso.
Por ello, poder contar con un diccionario pormenorizado con todos los tejidos empleados en la época, cómo eran y para que se empleaban es un recurso impagable.
Y eso es lo que nos da este libro, ¿el problema?, la carencia absoluta de imágenes, otra vez hay que recurrir a la imaginación pero, aún así, debería de ser un imprescindible en nuestras bibliotecas si queremos ir un poquito más allá en el mundo de la recreación.
Fuente: Elizabeth A. Montgomery

jueves, 20 de julio de 2017

Urbanidad y cortesía

Dentro de los muchos tratados de urbanidad que a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX se publicaron resaltamos el de Saturnino Calleja (1901) para la Biblioteca de las escuelas. El texto, indicado para que los niños, desde su más tierna edad conozcan los métodos de cortesía, educa para integrarse en la vida social del momento.
Tras una reflexiva introducción en la que se nos anuncia del propósito educacional del tratado, el primer capítulo y siguientes abarcan la moralidad, los deberes con Dios, con la patria, individuales, con nuestros padres, con la sociedad, ... El capítulo VII, referido a la cortesía, nos involucra en el afecto, la deferencia o el respeto que nos merecen las personas con quienes tratamos. El capítulo VIII está dedicado al aseo y la limpieza. Algunos consejos que extraemos de este apartado es que "todos los días debemos dedicar algo de tiempo al aseo de nuestro cuerpo (hacer gárgaras, lavarnos la dentadura interior y exterior, limpiar nariz, oídos y uñas) y de nuestros vestidos. Es desaconsejable poner la mano delante de la boca al estornuda o toser y se recomienda el uso de un pañuelo". También ofrece consejos para la limpieza del hogar.
El capítulo XVI nos resulta llamativo por cuanto se refiere a los deberes en la calle, aplicado a que "el traje que usemos debe de ser honesto, serio y conforme a las costumbres establecidas.
Conviene acostumbrarse a dar a los brazos un movimiento suave y natural y hay que saber que las personas bien educadas ni silban, ni se ríen ni hablan en voz alta ni se fijan detenidamente en las personas cuando pasean por la calle. Las damas no deben se ser detenidas ni deterner a nadie, a no ser en casos muy excepcionales. Si encontramos en la calle a algún amigo con quien deseemos hablar, no debemos imterrumpirlo, sino aproximarnos a él, seguir su camino (aún cuando sea el opuesto al nuestro) y separarnos de él al llegar a su primera esquina".
El capítulo XVII hace mención a los deberes entre personas que se visitan, diferenciándose cuatro: de etiqueta, de confianza, de intimidad y de negocio. "En ningún caso debe visitarse a persona con quien no se tenga alguna relación (hasta en las visitas de etiqueta o dedicadas a negocios es precioso tener, cuando menos, una tarjeta o una carta de recomendación). En las visitas de etiqueta debe usarse el traje negro, severo, elegante.
A las visitas de confianza se asiste con el traje que se acostumbra a usar en la calle. Devolver o pagar las visitas es una obligación. Las visitas, por lo general, deben ser cortas excepto cuando el visitante participe con frecuencia en la tertulia de la casa que visita. En cuanto a las tarjetas con las que nos presentamos, si se dobla la parte superior de la izquierda, indica "despedida"; la inferior de la izquierda "felicitación". La superior de la derecha "visita simple" y la inferior del mismo lado, "pésame". Además, sólo en casos muy excepcionales, podremos vivir hospedados con una familia, aunque sea por pocos días, pues el huésped siempre causa molestias, aumenta el gasto y puede ser motivo de trastorno del orden establecido en la casa".
El capítulo XVIII estipula los deberes en las solemnidades y actos públicos y el XX a los que asisten a diversiones públicas ("las señoritas nunca deben asistir a fiestas donde suelan acudir personas incultas").
El capítulo XXI hace mención a las buenas costumbres en la mesa: "Si se trata de grandes banquetes, existirán criados y camareros mientras que en las mesas de confianza y de familia muy escasa, la señora sirve la sopa y el dueño sirve y trincha los demás platos. Ninguna persona debe tomar su asiento en la mesa hasta que no lo haga la señora de la casa, que ocupa el puesto de preferencia. Los demás asistentes irán colocándose según su condición y edad a derecha e izquierda de los dueños de la casa, que ocuparán las dos cabeceras de la mesa.
No deben apoyarse sobre el tablero los codos ni el antebrazo y durante la comida, no se han de ocultar nunca las manos ni tenerlas sin movimiento, como si estuviesen pegadas. En la mesa debe sostenerse una conversación animada, entretenida, sobre asuntos que en ningún modo puedan causar tristezas ni promover discusiones. La risa es un auxiliar poderoso de la digestión. Es útil e higiénico hablar y reir en la mesa per nadie debe hablar ni reír cuando tenga la boca ocupada y cuando la señora de la casa se pone de pie, toda la concurrencia debe imitarla".
El capítulo XXIII y último se basa en la cortesía de la conversación, en las reglas de urbanidad aplicables a los que se refieren a las palabras, a los gestos y ademanes de la conversación. 

Aquí teneis el texto digitalizado para su mayor difusión y conocimiento: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/manes:l_t_630/PDF
Esperamos que os haya gustado y que pongáis en práctica algunas de estas recomendaciones. No todo está pasado de moda ni es anacrónico... ;)

domingo, 2 de julio de 2017

Evolución en la moda femenina en el siglo XIX

En otra entrada a este blog, os hablábamos de la evolución de la moda masculina en el siglo XIX y hace tiempo que deseábamos hablar de una época en la que la indumentaria y su evolución estuvo dedicada y enfocada al mundo femenino.

Nuestro post no pretende ser un estudio profundo de periodos estilísticos, sino un breve compendio. Hay en la red muy buenas páginas relacionadas con la moda ( tanto histórica como específicamente victoriana) como la de Pablo Pena que reseñamos como una de las mejores. Nuestro interés al escribir esta entrada es la de exponer de manera clara unas características destacadas para que se pueda identificar cada periodo de moda femenina en el siglo XIX y circunscribirla a unas décadas o años concretos.


De esta manera, el vestido con el que inauguramos el siglo decimonónico es aquel que proviene de Francia y pone de moda Josefina Bonaparte, esposa de Napoleón, hacia 1800. Toda Europa mira hacia esta corte imperial tan fastuosa como lujosa y aunque muchos países están en guerra contra el militar, sus mujeres no pueden sino suspirar por imitar unos modelos que la primera dama luce con orgullo y elegancia. Es por ello por lo que este vestido se conoce como "Traje Imperio" o "Vestido Regencia" ("Empire gown"). El diseño de día consiste en telas muy finas, gasas y muselinas de colores muy claros. El talle se corta bajo el pecho con escotes algo pronunciados (en el modelo de noche serán más acusados y sobre todo en Francia. En el resto de países, los escotes serán más subidos y siempre bajo el uso del corsé). Bajo el pecho se puede llevar una cinta o algún adorno de color. Este traje, sin marcar las curvas de la silueta femenina, es de talle hasta los tobillos y mangas o bien de farol o bien estrechas y largas.



Es la época en Inglaterra de Jane Austen en el que se desarrollan todas sus novelas. El traje de noche, igual en forma, utiliza más encaje y pasamanería, brocados, chales provenientes de la India estampados de vivos colores y telas más lujosas como el terciopelo.















A este vestido tan delicado se le unen otros complementos: la pelisse (un abrigo hasta el suelo y cerrado por delante), el manguito para proteger las manos, la spencer (una chaqueta cortada a la altura del pecho, generalmente con doble botonadura) y los bonetes, que es el sombrero más usado en esta época y se ataba mediante cinta, bajo la barbilla. Según fuera de paseo, de campo o ciudad, se adornaba más o menos con lazos, flores y plumas. 



 Hacia 1820 aproximadamente los trajes se van abullonando y se comienzan a recargar. El talle se complica, baja la cintura y la falda se llena de volantes y enaguas bajo ellas. Las telas se vuelven más sobrias, aunque muchas de ellas irán estampadas y existe más variedad en los colores. En los años 30 y 40 las mangas se hacen más grandes llegando a llamarse "mangas de jamón" y requiriendo unos armazones que las sujetaran y guardaran la forma. Los peinados se complican acorde con los trajes y surgen los de "jirafa" que son elevados y también necesitaban de alambres para que se mantuviesen altos. 

En Reino Unido comienza a reinar la Reina Victoria en estos años y a este estilo comienza ya a llamarse "Victorian dress" aunque en Europa se le conoce como "estilo romántico" porque es cuando el movimiento Romántico alcanza su plenitud y en España tomará el nombre como "estilo Reina Cristina" (por la esposa de Fernando VII, Mª Cristina de Borbón y Dos Sicilias y Regente hasta la mayoría de edad de Isabel II). Bajo estos vestidos estampados, motivados en gran parte por la revolución industrial que crea nuevos colores y motivos, se esconden multitud de enaguas para abullonar las faldas y un corsé que comienza ya a dejar ver la silueta del reloj de arena. Las telas

No obstante, hacia 1850 los vestidos pesan tanto y están tan ajustados a la cintura creando la figura del reloj de arena (momento de plenitud) que se decide rebajar el número de enaguas y conseguir el mismo volumen que se conseguía gracias a éstas con un armazón que abullona exageradamente la falda. Estamos hablando de la crinolina (llamada así porque las varillas se hacían con crines de caballo) o el miriñaque

Este armazón, que se podía comprar en tiendas ya especializadas gracias al emergente comercio de la moda (surgen las primeras tiendas en Reino Unido y Francia con diseñadores de renombre. En París por ejemplo, Worth trabaja para la emperatriz Mª Eugenia y marca con su nombre toda la ropa que le confecciona) se colocaba sobre unos pololos, una enagua y un corsé apretadísimo que ya comenzaba a provocar desarreglos anatómicos y alguna muerte por corsé. Sobre la crinolina solía colocarse otra enagua y por último, el vestido ajustado marcando perfectamente la cintura El vuelo de la falda es tan grande y la sociedad victoriana tan decorosa que el largo baja hasta el suelo, impidiendo que se vea más allá de la punta del zapato de las damas y considerando obsceno que un caballero pudiese contemplar el tobillo de una señora. 

Por antonomasia, al estilo de crinolina o miriñaque es al que, por extensión, se conoce como "moda victoriana" aunque también se le puede llamar "vestido de la Guerra Civil Americana" (recuérdese "Lo que el viento se llevó"). 

El traje de día suele ser más sobrio mientras que el de noche se llena de volantes, encajes y sobrefaldas. Los escotes más de moda son los de barco aunque también son estilosos en pico o los redondeados. Los colores para las jóvenes suelen ser cremosos o cálidos, para las casadas más oscuros, pues en bailes y teatros, era a las doncellas a quienes debía verse más para atraer a posibles partidos. 

Paulativamente, alrededor de 1865-68 la cola de las crinolinas comienza a ser más abultada y surge la crinolina elíptica que comienza a sustituir a la redonda. En dos años, ya para la década de 1870, a la par que modistas, sastres y casas de moda se adaptan a los nuevos cambios cada vez más ligeros en la moda femenina, surge el polisón

Se trata de otro armazón cuya vigencia acabará hacia 1890 y en cuyos 20 años de imperio, logrará pasar por cuatro estilos diferentes (primer polisón, Natural Form o "estilo princesa", segundo polisón y Hourglass), cada uno con unas características bien diferenciadas.  


 Este nuevo estilo permitía la silueta de un reloj de arena pero con la falda no tan abullonada, permitiendo "forrar" a la mujer en una segunda piel. Los cuerpos se ajustan cada vez más y las faldas se estrechan, marcando busto y caderas. Surgen nuevos colores como el morado, tan de moda en estos años. Con el polisón surge también el traje de una sola pieza, totalmente abotonado por delante. Los peinados se llenan de postizos, trenzas y roscas imposibles que cubren con sombreros de múltiples formas con todo tipo de abalorios sobre ellos. Se abaratan los costes de la indumentaria, surgen los trajes industriales, realizados a máquina y de manera serial (para poderse comercializar), lo que ya no lo convierte en un producto de lujo y exclusivo. La etiqueta exige además que las damas mantengan un traje de mañana para estar por casa, un traje de visita, otro de paseo, el de montar a caballo, el de tarde, el de baile y el de noche (para cena y teatro). 

Los materiales utilizados son bordados, satenes, terciopelos y sedas para los trajes más elegantes y lana y algodón para los de diario. 

Cansados ya de una moda que impedía libertad de movimientos y unido a los alzamientos de sufragismo e independencia de la mujer, la moda femenina exige que el cuerpo se emancipe del armazón y vuelva a llevar sólo una enagua bajo la falda. Es lo que sucede a partir de 1890


El deseo de poder realizar algunos deportes al aire libre como montar en bicicleta o jugar al tenis provoca que algunas comiencen a utilizar pantalones o bloomers (creados por Amelia Bloomer en la década de 1860) para escándalo aún de una sociedad puritana. Las faldas se hacen sencillas, sin apenas adorno las del día y con un cuerpo de mangas abullonadas y cuello muy cerrado. La cabeza se cubre con un moño sencillo y un sombrero de ala corta y plana o canotier. Hacia 1890 surge el traje sastre, compuesto de tres piezas (falda recta que ya permite ver los botines, camisa y chaqueta) que ya antecede la moda eduardiana que será la que cruce al siglo XX y la que da lugar a la Belle Epoque de 1900. 

No debemos olvidar que junto a esta evolución de la moda, existen complementos que acompañan a la dama a lo largo de todo este siglo: el abanico (llamado "imperceptible" en época Imperio debido a su tamaño), el bolso (llamado "ridículo" en época Imperio también debido a su tamaño) y la sombrilla. Por último, nos gustaría recordar que la moda infantil sigue los mismos patrones que la adulta pero en miniatura, de manera que las niñas visten a lo largo del siglo XIX como sus madres pero de una manera más sencilla. También ellas llevan sus corsés, sus enaguas, pololos, chemisses y naturalmente en la época de la crinolina y polisón, sus armazones correspondientes. El imperio de la moda llega así hasta todas las edades y estratos sociales. 

martes, 6 de junio de 2017

Los gimnasios en el siglo XIX

En la actualidad, la sociedad vive concienciada de que hacer deporte es sano, que hay que mantenerse en forma y que además fortalece los músculos y nos ayuda a perder ese peso que hemos ido ganando a base de comer de más y andar menos. 

Hacer deporte no es nada nuevo. Ya los griegos y los romanos veneraban el cuerpo y la mente con una serie de ejercicios que fortalecían los unos y los otros. Las guerras y los trabajos físicos en el campo ayudaban a la gente a mantenerse en forma aunque más por obligación y necesidad que para cultivar la mente y el cuerpo sano. Durante el Renacimiento los paseos comenzaron a implantarse entre las clases nobles y así comenzaron a surgir parques y jardines destinados al disfrute de los sentidos y de aquellos que se adentraban en sus profundidades. El siglo XVIII potenció esas largas caminatas junto a la caza entre los aristócratas y en el siglo XIX se extendió a la clase burguesa que intentaba imitar estratos sociales más elevados. Y aqui es donde comienza a surgir de nuevo ese culto por el cuerpo y por mantenerse vigoroso el hombre, fuerte en constitución y musculoso en complexión. Unida a la revolución industrial, surgen máquinas para ayudar a los deportistas a que, reforzados por aparatos novedosos movidos por pesas y poleas, encuentren disfrute. En recintos apropiados para ellos, los caballeros pueden realizar deporte con la ropa adecuada sin que por eso se les llame al orden público por escándalo.



Pero en el siglo XIX no solo los caballeros van a disponer de esas máquinas. Muchas damas, bien por prescripción médica contra la histeria, bien por demostrar a la sociedad que ellas también pueden ejercitarse, acuden a estos recintos a mantenerse. 















Y junto a ellas, niños en edad de crecimiento cuyos músculos están en desarrollo o que comienzan a desarrollar atrofia, también son aptos para acudir a estos lugares. Muchas de las máquinas que vemos en estas fotografías, tomadas en el último tercio del siglo XIX que es cuando más proliferan, fueron diseñadas por el doctor sueco Gustav Zander, un médico ortopedista que entendió la necesidad social del deporte y ofreció al público lo que demandaba.

Aunque en muchas ilustraciones las máquinas nos recuerden más a instrumentos de tortura, lo cierto es que los gimnasios proliferaron a lo largo de toda Europa en la década de 1880 (más tarde se extendieron a EEUU) y la sociedad ganó calidad de vida combatiendo la fatiga, el cansancio, la histeria, la atrofia muscular y otras enfermedades.