Los diccionarios y fuentes literarias recogen el término "quitasol" para referirse al objeto que protege del sol. Pero además de ser un objeto destinado a protegerse del astro, durante mucho tiempo fue un elemento distintivo, símbolo de la prerrogativa y rango de quien lo llevaba.
El origen de la sombrilla nos conduce a Oriente. Desde ahí, la sombrilla llegó a Europa probablemente a través de los jesuitas. Aunque en origen, el parasol fue usado por hombres y mujeres, a partir del siglo XVIII se destina exclusivamente para uso femenino. Sin embargo, durante todo el siglo XIX se generaliza y se hace inseparable del traje al que acompaña, y evoluciona de forma paralela.
El marfil o el hueso, el metal o la madera y el celuloide se han empleado para elaborar el mango con empuñadura. Para la estructura, la utilización del acero no se generalizó hasta mediados del siglo XIX. Fue en 1840 cuando Henry Holland presentó una patente de varillas metálicas. Hasta esa fecha, el material empleado para la fabricación de varillas fue la ballena. La seda y el algodón se han destinado para la cubierta, sin que falten encajes y aplicaciones de pasamanería. Pero, además, el interior de algunas sombrillas podía forrarse con tejidos de seda o de fino algodón, ocultando todo el entramado. No se trataba de un simple forro, sino que adquiere tanta importancia como la cubierta exterior.
La democratización del uso de la sombrilla ha estado determinada por los progresos técnicos. R. M. Cazal fue uno de los fabricantes más importantes de sombrillas: mejoró el sistema de la sombrilla marquesa e ideó la forma de mantenerla cerrada y enrollada por medio de una estrecha cinta, una pequeña anilla y un botón, sistema que ha llegado hasta nuestro días.
El uso de la sombrilla se generaliza de forma definitiva a partir de 1830. Desde entonces se convierte en un objeto indispensable para la dama, cuya vida se prolonga aproximadamente durante un siglo. Con la mejoras en las técnicas de fabricación, las sombrillas se hicieron más baratas, al tiempo que resultaron más cómodas, menos pesadas y más fáciles de llevar.
Las normas de la elegancia y del decoro a lo largo del siglo XIX se ocuparon de regular el uso de la sombrilla. En el caso de hacer una visita, la sombrilla no se dejaba en la antecámara, mientras que los paraguas sí, aunque estuvieran secos.
Además de las normas de conducta debían tenerse presente otros aspectos asociados a la elegancia. La sombrilla debía elegirse de acuerdo al conjunto del traje y sobre todo seleccionar un color que sentara bien al rostro, sin olvidar la armonía entre la sombrilla y el sombrero.
La edad también determinó la elección de ciertos colores y tejidos. Por otro lado, las guarniciones de ricos y suntuosos encajes y bordados se reservaban para aquellas sombrillas que acompañaban a trajes de mucho vestir o para ir en carruaje.
Junto con el abanico y el pañuelo, la sombrilla contó con su propio lenguaje: todo un código gestual, expresión de distintos estados del alma e instrumento al servicio de la seducción más atrevida.
Cogida con la mano derecha significaba un “Te quiero mucho, pero haz el favor de contárselo pronto a mi papá, porque no me gusta perder tiempo. Eres muy salao. Déjate las patillas. Te espero esta noche en la ventana… No te digo más”.
A partir de los grabados de moda de principios del siglo XIX se puede seguir la evolución de la sombrilla. Sombrillas pequeñas en consonancia con la delicadeza de las camisas de estilo imperio. Es además por estas tempranas fechas cuando se define un tipo de sombrilla, la sombrilla marquesa, cuyo sistema, perfeccionado por R. M. Cazal, alcanzó todo su protagonismo a mediados de la centuria, si bien todavía en 1898 su uso no se había abandonado.
Este parasol se caracteriza por sus reducidas dimensiones, especialmente apropiado para ir en carruaje, con mango móvil, que se podía orientar con facilidad.
El empleo del encaje de Chantilly o de Bruselas para la cubierta, sobre un fondo de seda, caracterizó a algunas de las sombrillas de época Romántica.
A partir de los años setenta y ochenta del siglo
XIX se aprecian cambios en las sombrillas. Poco a poco se abandonan las
reducidas dimensiones de la sombrilla marquesa y el diámetro de la cubierta
aumenta progresivamente. No faltan volantes fruncidos, aplicaciones de pasamanerías
y se introduce como novedad la sombrilla bastón, que se sostiene por el
regatón, convertido en empuñadura, que se lleva consecuentemente al revés.
En los primeros años del siglo XX las cubiertas presentan diversidad de formas, desde las más o menos planas a la silueta cupuliforme. No faltan volantes, fruncidos y aplicaciones, los mangos cada vez se hacen más largos, se recupera la sombrilla marquesa. Además, se introduce la denominada antucás, que sirve también como paraguas, de tamaño algo mayor que las sombrillas habituales y más sobrias en la elección del tejido de la cubierta, siendo lo más frecuente uno liso o una seda escocesa. Las sombrillas de color blanco o crema llegaron a ser las clásicas, siempre de moda, y destinadas entre otros usos para el campo y la playa.
Una de las grandes novedades fue la que se presentó en 1904: Madame Vigier y su hija crearon las sombrillas pintadas. Estas sombrillas podían decorarse en casa, para lo cual se recomendaba tejidos lisos que se pintaban con motivos decorativos grandes, como flores, frutos o pájaros. Esta moda se mantuvo durante años.
La estética modernista también se dejó sentir en las sombrillas, tanto en los motivos decorativos como en las empuñaduras. Las sombrillas de colores vivos y brillantes hicieron furor en 1906, el bastón progresivamente fue creciendo y se impusieron puños más sencillos. En estos momentos no fue un requisito indispensable que el parasol hiciera juego con el color de los trajes, pero sí que reprodujera algunos de los motivos decorativos de aquéllos. Dos años más tarde fueron habituales las de forma de cúpula, que mantenían el número de ocho varillas.
En 1910 la moda impuso sombreros grandes, y aunque su uso no perjudicó el triunfo de la sombrilla, fue necesario modificar la forma de aquéllas para que no deterioraran los tocados. Las varillas se hicieron más largas y la cubierta menos pronunciada, aunque no se abandonaron las sombrillas tipo cúpula. A partir de esta fecha se observa una notable influencia oriental en los parasoles, que se manifiesta en la cubierta plana, bastante más práctica.
Otra peculiaridad de los años previos a la Gran guerra fue la longitud de los mangos, llegando a alcanzar un metro veinte centímetros. Por otro lado, al disminuir progresivamente el tamaño de los sombreros, las sombrillas planas se imponen y los mangos se acortan. Sombrillas de algodón, en cretona estampada, de vivos colores resultaron las más vistosas durante la década de los años veinte.
La industria de la moda continuó proponiendo modelos y prolongó su reinado hasta los años treinta.
Bibliografía: Mercedes Pasalodos Salgado en La Pieza del Mes Diciembre 2005.
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