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domingo, 31 de agosto de 2014

La prostitución en el Londres victoriano

La prostitución en el Londres decimonónico era algo de lo más habitual, llegándose a calcular un número de 2.000 mujeres dedicadas a ello en los barrios bajos, y ya en torno los años cincuenta, las estadísticas policiales llegaron a contabilizar hasta 8.600 (lejos de la cifra dada por la prensa que rondaba las 120.000). Sin embargo la clandestinidad implícita del acto provocará que el número total de prostitutas sea desconocido.



La mayoría de estas prostitutas eran mujeres de muy diversa nacionalidad (aunque predominaban las alemanas y las irlandesas, sobre todo en el ejército), y se dedicaban a ello exclusiva o parcialmente (muchas mujeres se dedicaban a la prostitución después de finalizar su horario laboral, y eran conocidas como las dollymops). Y a pesar de lo que se pensaba en la época, la mayor parte de ellas se dedicaban a ello por placer. Ya que los salarios de la mayor parte de los trabajos eran excesivamente bajos, las costumbres ligeras (entre las clases bajas, el sexo no estaba tan mal visto por lo que una vez comenzaban, y descubrían que ganaban más dinero, no lo abandonaban), la vanidad (era la única forma de lograr vestidos que no fueran de sarga o complementos de todo tipo), los empleos sedentarios combinados con la falta de ejercicio físico y finalmente la ausencia, en la mayoría de los casos, de cualquier tipo de atención por parte de los padres, las llevaba a dedicarse a la prostitución.


Muchas de ellas, comenzaban prostituyéndose en las calles con una clara ansia de promoción social. La gran mayoría no lo lograba pero, anhelaban como un sueño, repetir las andanzas de la obra de “la Quilla”, en la que la hija de un marinero irlandés de Liverpool seducía al marqués de Harlington, al duque de Devonshire (quien la instaló en una casa en Mayfair), a Sir Edwin Landser y a Alfred Austin. Prostitutas conocidas por casarse con un aristócrata fueron Laura Bell, Agnes Willoughby y Kate Cook. Pero la realidad era que la mayor parte de las prostitutas no tenían dinero casi ni para subsistir.


Solían ubicarse sobre todo en los barrios más pobres del West End, destacando sobre todo Whitechapel, aunque también podíamos encontrarlas cerca de teatros, centros de ocio masculinos, y en burdeles de mejor o peor categoría. Cada noche podían llegarse a juntar hasta más de 500 más allá de Regent Street. Es más, a partir de las tres de la tarde, era casi imposible que una mujer honesta bajara de Haymarket hasta el Strand.

Iban excesivamente maquilladas, con mucho colorete y polvos en la cara, vestidos parecidos a los de las damas pero de colores más chillones y de telas más baratas (aparte de que esos vestidos solían estar sucios). Llevaban sombreros con plumas exageradas y la ropa interior utilizada era reducida a la más mínima expresión.


De todas formas muchas mujeres ejercían la prostitución en contra de su voluntad, por lo general en burdeles o casas, y muchas de ellas sin haber alcanzado siquiera la edad núbil, ya fuera por haber sido vendidas, entregadas como pago o por haber sido seducidas (aunque tan sólo un 4 % se podrían enclavar en esta categoría según Merrick). En este tipo de burdeles se tendían a hacer subastas de estas mujeres, siendo las que mayores precios obtenían las niñas vírgenes que no habían alcanzado la edad núbil.


Una gran fuente de información para hacernos una idea más clara, fue la obra llevada a cabo por el Reverendo G.P. Merrick, capellán en la prisión de Millbank, en 1890. Calculó que más del 90 % de las prostitutas encarceladas eran hijas de obreros semi o no especializados, y más de la mitad de ellas había trabajado como criada.

Ya refiriéndonos a las prostitutas acogidas en los centros de caridad, podría decirse que más o menos el 60 % vienen de familias monoparentales, ya fuera por muerte de uno de los progenitores o a que se desconociera el padre. Y la edad media a la que se declaraba haber perdido la virginidad era a los 16 (pero tan sólo entre las anglicanas que sabían leer y escribir). Aunque lo normal es que una mujer comenzara a dedicarse a la prostitución a partir de los 18 – 19 años.

 
La legislación, cada vez más represiva, llevó a crear asilos para prostitutas, a disminuir notablemente el número de “casas de tolerancia” ubicadas principalmente en la Avenida Radcliff (el cierre de esos locales provocó el traslado masivo de prostitutas a terrazas de los Music Hall, sobre todo a partir de 1860), y finalmente en 1885 a castigar el trato de blancas, imponiéndose penas carcelarias y multas a los propietarios de locales, así como a aquellos hombres que mantenían amantes.

De todas formas, la prostitución no era legal, pero a pesar de la Metropolitan Police Act de 1839, por la que se intentó erradicar de las calles, no se logró mucho. Es más, se llegó al punto de que los ciudadanos respetables las defendían por el trato recibido por la policía.

Se crearon así numerosos hogares y asilos para prostitutas, en los que se pretendía que dejaran atrás su trabajo y se reintegraran en la sociedad. En Mayhew por ejemplo había 19, con nombres tan rimbombantes como “el asilo para mujeres arrepentidas de Gran Bretaña”, también podíamos encontrar en Islington o en Euston Road. Muchas de las mujeres que salían de estos centros solían ser enviadas a las colonias como criadas, dónde la mayoría volvía a reincidir.


Otro de los grandes problemas de la prostitución fue la transmisión de enfermedades venéreas, llegándose a establecer que más de un tercio de las enfermedades sufridas por el ejército británico eran de este tipo. Lo que llevó a que entre 1864 y 1869 se votaran leyes para controlar la expansión de este tipo de enfermedades, leyes que se aprobaron en más de 11 ciudades con guarnición y puertos comerciales, pero no en Londres. Se estableció que toda aquella prostituta que quisiera trabajar en estos lugares debía declarar su actividad y, por lo tanto, entrar a formar parte de una lista. Cualquiera de ellas que levantara sospechas de poseer algún tipo de enfermedad debía ser sometida inmediatamente a un examen médico, de no superarlo se le prohibiría continuar prostituyéndose, pero si se negaban a someterse a ese examen serían conducidas hasta un juez. Toda prostituta declarada enferma debía ser ingresada en un hospital supuestamente especializado y que recibía el nombre de lock hospital.


El problema en Londres fue que desde un principio se acusó unilateralmente a las prostitutas de la transmisión de este tipo de enfermedades. Lo que provocó un gran movimiento de afinidad hacía ellas encabezado por Josephine Buttler, esposa de un director de escuela de Liverpool, y por el que se terminó reclamando el derecho a que la mujer tomara la iniciativa para poder enfrentarse a las normas sexuales establecidas por la sociedad. 16 años después y con un gran apoyo masculino lograron que la anterior ley fuera derogada por ser un ejemplo de discriminación sexual.

Este movimiento llegó incluso a hacer eco en las damas de la burguesía, que llegaron a declarar que el matrimonio no estaba excesivamente lejos de la prostitución. Además aseguraron que sin castidad masculina, nadie debía esperar castidad femenina, o sino que dejando atrás la moral establecida en la época, se dejara a una dama satisfacer sexualmente a su esposo.

La prostitución homosexual también existía, pero la rígida moral de la época la supeditaba a burdeles clandestinos o a los rincones más oscuros del West End.

Bibliografía: CHARLOT, M./ MARX, C. (Dir). : “ Londres 1851-1901. La era victoriana o el triunfo de las desigualdades”. Editorial: Alianza

2 comentarios:

  1. En una sociedad con doble moral como fue la victoriana, la prostitución era algo de lo más común. Hoy en día sigue siendo una actividad no permitida, pero sí consentida. Creo que debería legalizarse y considerarse una profesión como otra cualquiera.

    ¡Un saludo!

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  2. La doble moralidad victoriana hacía incluso que se viera con buenos ojos que los maridos mantuvieran a alguna querida, pues era símbolo de que podía permitirse económicamente el sustento de dos casas.

    La prostitución ha sido un oficio que ha acompañado a lo largo de todos los siglos al hombre. Si en vez de proscrita, hubiese sido regulada, muchos males se hubiese ahorrado la humanidad.

    Un saludo Pedrete.

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