Una de las cosas más importantes para una anfitriona eduardiana era la organización de una buena cena. Cada detalle tenía la máxima importancia desde los propios alimentos o la bebida, al menaje, el servicio o la propia lista de invitados. Una cena tibia o fría, unos invitados aburridos o una mala disposición en la mesa, pueden terminar con la reputación de una anfitriona.
Ya que la cena era el más importante de los acontecimientos sociales, las damas y caballeros lo practicaron por encima incluso que bailes u otros eventos; la cena era considerado algo más íntimo, y por lo tanto sólo se invitaba a los amigos más cercanos o aquellos con los que se quisiera intimar. Para el engranaje de la alta sociedad, la cena no sólo era una prueba de la posición de la anfitriona, sino también el camino a una buena posición o a perderla.
Habitualmente, en cenas de mayor tamaño, se enviaban las invitaciones con tres semanas de antelación, aunque, a partir de 1910 se amplió de cuatro a seis semanas, lo que daba plazo a los invitados a excusarse por emergencias pero, por lo general, la aceptación de la invitación implicaba una confirmación tácita.
Las tarjetas de las invitaciones se compraban en tienda y, solían ser por lo general blancas con unos pequeños bordes. En el interior se ponía el nombre de los anfitriones, el nombre del invitado, la fecha, el lugar y la hora de la cena.
La hora de la cena variaba entre las 8 y las 9 de la noche, y se esperaba que los invitados estuvieran al menos un cuarto de hora antes. Las cenas ya no eran tan largas y pesadas como en el siglo XIX, ahora no duraban más de 40 minutos, y eran más importantes los entretenimientos posteriores.
A la llegada, los anfitriones esperaban en la entrada a los invitados, quienes dejaban su ropa de abrigo al servicio. Una vez en el salón, las damas se sentaban y los caballeros charlaban hasta que llegara el último invitado. En caso de que algún invitado no se conociera, la anfitriona sería la encargada de presentarlos; salvo en las cenas de gran tamaño, en las que el mayordomo se colocaba en la escalera e iba presentando a los invitados.
A la hora de sentarse en la mesa, los anfitriones nunca podían estar uno al lado del otro, al igual que los matrimonios, los padres con sus hijos. Se aconseja que haya un número igual de hombres y mujeres para la mejor distribución de la mesa pero, lo habitual era invitar a un par de hombres más para que las mujeres casaderas tuvieran alguna opción. La anfitriona es la última que se sienta a la mesa. Si la anfitriona no indica a sus invitados donde deben sentarse o a que dama ayudar a levantar cuando la cena concluya, se da por hecho que el orden es el de la entrada a la sala, es decir, según importancia social. La anfitriona preside la mesa, y el caballero que la ha llevado hasta ella (el de mayor rango social que no sea ni su marido, ni su padre), se sienta a su izquierda. Así según entraban se colocaban en su lugar. Salvo en las cenas de mayor tamaño, en las que se ponían tarjetas con los nombres o el menú incluía el nombre del invitado. Estos menús solían colocarse a lo largo de la mesa y en las cenas pequeñas podían servir hasta para dos invitados. Si eran simples o más complejos dependía del gusto de la anfitriona.
La decoración de la mesa dependía en gran medida de la anfitriona, pero había determinados puntos que se debían cumplir por etiqueta. Solíamos encontrar cristalería a lo largo de la mesa, plantas trepadoras decorando. Y en el centro de la mesa entre las flores y los platos, solían colocarse las frutas que se comerían en el postre. La iluminación eran algo importante y, a pesar de que en muchas casas ya había luz eléctrica, seguían usándose las velas. Encontramos también la cuchara de la sopa, dos tenedores, dos cuchillos y la cristalería.
La etiqueta de la mesa era muy estricta; nada más sentarse los invitados se quitan los guantes y los colocan sobre su regazo, extienden su servilleta y la colocan en el regazo (se consideraba de muy poca educación engancharla al cuello de la camisa o al escote del vestido). Primero se tomaba la sopa, que se tomaba a pequeños “sorbos” con la cuchara, pero ligeramente sin hacer mucho ruido. Después venía el pescado comido con los cubiertos de pescado y los fritos, que sólo se comían con el tenedor, así como las ensaladas, espárragos… Los guisantes eran sin duda, una prueba a la buena educación, y se comían sólo con el tenedor, mientras que la carne se comía siempre con tenedor y cuchillo, sin tocarla nunca con las manos. Los postres, pudines y los acompañamientos en general, se comían sólo con el tenedor. El queso y el pan para el mismo se cortaban con tenedor y cuchillo, después se colocaba el queso sobre el pan con el tenedor y se llevaba delicadamente a la boca con el dedo índice y pulgar. Las uvas, cerezas o cualquier fruta picada se llevaba delicadamente a la boca y con discreción se echaban los pellejos en la mano y se colocaban en la mesa.
Tanto la cena como el postre se sirven por orden. Una vez finalizado los criados retiran la mesa y reparten el licor para los hombre (según orden de importancia social), y otra copa de vino para las mujeres (las mujeres no toman licor). En caso de que una dama quiera más vino, le ha de rellenar la copa el caballero a su lado, jamás lo hace por si misma. Pasados unos diez minutos, la anfitriona hace una señal a las damas para dejar el comedor, y la siguen por orden de importancia social. Los caballeros se levantan con las damas, pero no abandonan el comedor, se vuelven a sentar cuando la anfitriona deja la estancia. Mientras los hombres toman licores en el comedor y fuman, las damas, en la salita, toman café. Después de un par de rondas, los caballeros se unen a las damas en la salita. Hacia 1910, sin embargo, esta costumbre empieza a ser dada de lado y todos comparte el café, y los licores en compañía.
En la ciudad, la cena concluye, aproximadamente, una media hora después de que los caballeros se unan a las damas en la salíta. En el campo, sin embargo, era habitual continuar la velada hasta altas horas de la noche con juegos de cartas y otros entretenimientos.
Para la despedida no existía un protocolo establecido, salvo el de que los anfitriones debían acompañar a sus invitados hasta la puerta. Una vez todos ellos habían partido, sus deberes habían finalizado.
¡Bravo, bravísimo! Me ha encantado esta entrada, es para enmarcarla! Me encantan los manuales de buenos modales, y esta entrada es un fiel reflejo de ellos.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Gracias Pedrete, nos alegra que te gusten este tipo de entradas. Prometemos más en el futuro que nos permitan a todos conocer más las costumbres de esta época que nos es tan querida a todos. :)
ResponderEliminarUn abrazo.