En la actualidad, la sociedad vive concienciada de que hacer deporte es sano, que hay que mantenerse en forma y que además fortalece los músculos y nos ayuda a perder ese peso que hemos ido ganando a base de comer de más y andar menos.
Hacer deporte no es nada nuevo. Ya los griegos y los romanos veneraban el cuerpo y la mente con una serie de ejercicios que fortalecían los unos y los otros. Las guerras y los trabajos físicos en el campo ayudaban a la gente a mantenerse en forma aunque más por obligación y necesidad que para cultivar la mente y el cuerpo sano. Durante el Renacimiento los paseos comenzaron a implantarse entre las clases nobles y así comenzaron a surgir parques y jardines destinados al disfrute de los sentidos y de aquellos que se adentraban en sus profundidades. El siglo XVIII potenció esas largas caminatas junto a la caza entre los aristócratas y en el siglo XIX se extendió a la clase burguesa que intentaba imitar estratos sociales más elevados. Y aqui es donde comienza a surgir de nuevo ese culto por el cuerpo y por mantenerse vigoroso el hombre, fuerte en constitución y musculoso en complexión. Unida a la revolución industrial, surgen máquinas para ayudar a los deportistas a que, reforzados por aparatos novedosos movidos por pesas y poleas, encuentren disfrute. En recintos apropiados para ellos, los caballeros pueden realizar deporte con la ropa adecuada sin que por eso se les llame al orden público por escándalo.
Pero en el siglo XIX no solo los caballeros van a disponer de esas máquinas. Muchas damas, bien por prescripción médica contra la histeria, bien por demostrar a la sociedad que ellas también pueden ejercitarse, acuden a estos recintos a mantenerse.
Y junto a ellas, niños en edad de crecimiento cuyos músculos están en desarrollo o que comienzan a desarrollar atrofia, también son aptos para acudir a estos lugares. Muchas de las máquinas que vemos en estas fotografías, tomadas en el último tercio del siglo XIX que es cuando más proliferan, fueron diseñadas por el doctor sueco Gustav Zander, un médico ortopedista que entendió la necesidad social del deporte y ofreció al público lo que demandaba.
Aunque en muchas ilustraciones las máquinas nos recuerden más a instrumentos de tortura, lo cierto es que los gimnasios proliferaron a lo largo de toda Europa en la década de 1880 (más tarde se extendieron a EEUU) y la sociedad ganó calidad de vida combatiendo la fatiga, el cansancio, la histeria, la atrofia muscular y otras enfermedades.
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