Cualquier museo está lleno de misterios, leyendas y curiosidades porque encierra estancias, pasillos, obras de arte y público. De ellos se puede aprender mucho. Hoy venimos a hablaros del Museo del Prado y de algunas curiosidades que encierran sus salas dedicadas al siglo XIX. Aqui van algunas:
¿Quién no ha visto alguna vez el retrato de "La condesa de Vilches" (1853) con esa mirada coqueta que dirige directamente al espectador? Pero ¿quién de vosotros se ha detenido a mirar el asiento en el que está sentada? Este retrato lo realizó Federico de Madrazo en su propia casa, pues era habitual que Amalia de Llano, que así se llamaba la dama, acudiera a las tertulias literarias que se practicaban en la casa del pintor.
La sorpresa llega cuando en la actualidad, los herederos de Madrazo, siguen conservando este mismo asiento ¡con la tapicería intacta! después de más de 150 años de haberse realizado este retrato.
Sin cambiar de autor (continuamos en Madrazo), hemos de fijarnos en otro lienzo espectacular por la recreación tan soberbia que hace del traje de la dama. La retratada es María Isabel Álvarez de Montes, II Duquesa de Castro - Enríquez (1868). El vestido ocupa casi las tres cuartas partes de la composición pero ¡un momento! ¿qué hace con las manos? Se señala una pulsera con una "C" grabada, haciendo alarde de su gran apellido y legitimando su dinastía, ya que ella en realidad no era hija de la I Duquesa de Castro - Enríquez que murió sin descendencia, sino su sobrina.
Os invito ahora a que nos vayamos a comienzos del siglo XIX con el padre de Federico Madrazo, José, también pintor pero dentro de una estética más neoclásica. Su gran obra "La muerte de Viriato" la realizó en el castillo de Sant Angello, en Roma, mientras estaba preso por órden de Napoleón Bonaparte. Su idea era realizar cuatro grandes lienzos que tuvieran como tema común el ensalzamiento de los líderes ibéricos frente a las invasiones extranjeras. Se tiene documentación de que sólo terminó éste que presentamos y otro, aunque el segundo aún está en paradero desconocido.
La curiosidad de este cuadro sin embargo, no acaba aqui. Cuando fue liberado y regresó a España, su cuadro viajó por barco hasta las costas nacionales pero quiso el destino que una tormenta hundiera el barco y que su cuadro se salvara de perecer en el fondo del mar.
Por último, otra ancécdota de las salas del siglo XIX del Museo Nacional del Prado es la que tiene que ver con Eduardo Rosales, pintor fallecido muy jóven que podía haber renovado la pintura española de finales del s. XIX. Su rostro alargado, pálido y casi calavérico conllevó a que algunos de sus compañeros artistas le pidieran que posara para ellos. Fue el caso de Agapito Vallmitjana que compuso el rostro del "Cristo yacente" a partir de sus rasgos.
¿A que ya no os vais a acercar a estas obras con los mismos ojos? ;-)
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