La aparición de las bibliotecas
públicas a comienzos del siglo XIX se debió sobre todos los países
anglosajones, a Inglaterra y a Estados Unidos principalmente, con la intención
de que no solamente las clases adineradas, ilustradas, clero y científicos
pudieran acceder a la cultura, sino abrirla a cualquier estamento social que
estuviese ávido de conocimiento y hubiese aprendido las letras del abecedario.
Para formar tanto profesional
como moralmente, junto a las bibliotecas parroquiales se fundan las primeras
bibliotecas públicas, aunque al comienzo sin muchos volúmenes porque eran
escasos los libros que llegaban a las colonias. En Estados Unidos, la 1ª que
abrió sus puertas fue en 1833 en Peterborough (de pago), seguida en 1854 de la
de Boston (ya de manera gratuita) aunque realmente el crecimiento numérico tuvo
lugar tras la Guerra de Sucesión Americana (1861-65) y eclosionando en la
figura de Andrew Carnegie, un benefactor que donó una considerable suma de
dinero para la construcción, a comienzos ya del s. XX de más de 2.500
bibliotecas en países de habla inglesa. A cambio, las ciudades sólo debían
contribuir en su mantenimiento.
En Iberoamérica, las bibliotecas
se formaron con fondos procedentes de las misiones jesuitas pero con la
independencia de los diferentes países, cada una abre su cultura al pueblo que
la acoge. Así, la Biblioteca Nacional Argentina fue creada en 1810 en Buenos
Aires; en 1821 la Biblioteca Nacional de Perú en Lima; en 1825 la de Brasil y en
1884 la de Méjico.
Cruzando el charco y al otro
lado, entre Europa y Asia, la biblioteca pública e imperial de San Petersburgo
abrió sus puertas a finales del s. XIX, con varios fondos de bibliotecas
incautadas. La Biblioteca Nacional de Moscú abrió en 1862. En España, la
Biblioteca Nacional, tras muchas vicisitudes y cambio de sedes, se inauguró
públicamente en el edificio actual en 1896.
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