Según la mayoría de los cronistas victorianos, la niebla solía mantenerse a unos 6 ó 7 metros sobre el nivel del suelo, aunque de vez en cuando bajaba en forma de nube espesa y oscura que impedía totalmente la visibilidad. Por ejemplo en el año 1873 se produjeron 19 muertes de viandantes por causa de la misma, ya fuera porque cayeran al Thames, a los diferentes canales o fueran atropellados.
El mes más neblinoso del año solía ser Noviembre mientras que la década que más días de niebla presentó fue la de 1880.
El tema de la niebla era tan importante que llegó a hacerse una clasificación de la niebla según densidad y color. Así encontrábamos un importante abanico de estratos desde el gris más claro hasta el negro casi total, en el intermedio podíamos encontrar tonalidades de color café (con más o menos cantidad de leche), variantes del verde botella e incluso brumas naranjas o amarillas que solían ser las más ahogantes.
La tonalidad de la niebla al igual que su densidad podían variar a lo largo del día pero, había algo que siempre se mantenía… la niebla se iba haciendo cada vez más oscura y espesa a medida que el viandante se acercaba al centro de la City.
Fragmento extraído de: TOURNIER, P.: “ Londres. Las claves de su historia”. Colección: Ciudades en el tiempo. Ed.: Robinbook. Barcelona. 2001
4 comentarios:
Qué interesante, una entrada sobre la niebla londinense.
¡Un abrazo enorme!
Gracias Pedrete. En realidad la era victoriana no estaría completa sin su característica niebla, producida por los vapores emitidos de las fábricas y de los barcos que llegaban al puerto londinense.
La imagen romántica que tiene esta bruma inglesa produjo muchos problemas respiratorios y es una de las consecuencias de las que apenas se habla de la Revolución Industrial.
Aunque suene un poco escatológico lo que voy a contar, es cierto y viene a colación sobre el tema que estamos tratando. Tengo un amigo que vive en Londres, y me contaba que a su llegada se llamó mucho la atención que sus mocos se volvieron de color negro a causa de la contaminación.
¡Y eso que no estaba en el siglo XIX en el que no habían controles atmosféricos y toda la porquería ambiental surcaba el aire contaminándolo todo!
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