En una
sociedad tan rígida y llena de convenciones como la del S.XIX, la expresión del dolor por un ser
querido no escapaba a una serie de normas y rituales, que cualquier persona
educada y cristiana debía seguir estrictamente.
La muerte
estaba muy presente en el día a día, el porcentaje de mortalidad infantil era
altísimo y la expectativa de vida era sólo de 42 años.
Tan grande
era el protocolo a seguir, que se
editaron por toda Europa gran cantidad de manuales, donde se especificaban las
normas a cumplir.
Aunque los
romanos utilizaban túnicas negras o de colores oscuros para expresar el dolor
por la pérdida de un ser querido, fueron una serie de leyes y normas
promulgadas por los Reyes Católicos las que regularon el luto en España. A raíz
de la muerte del príncipe Juan en 1497, Isabel I de Castilla y Fernando II de
Aragón ordenaron la Pragmática de Luto y Cera, por la
cual, el luto debía representarse con el color negro. Anteriormente a esta
pragmática, el luto era de color blanco. Tan
estrictas eran esas normas que hubo que reprobarlo en el Concilio de Toledo; y
en 1729, Felipe V definió una nueva pragmática más “relajada”.
En el siglo
XIX la mujer era considerada “el ángel del hogar” y su actividad básicamente se
centraba en el cuidado de los hijos y de la residencia familiar. Supeditada al
marido, padre, o hermano, el luto femenino siempre fue más severo que el
masculino.
En 1861
ocurrieron dos desgracias en Inglaterra que marcarían las normas del luto a
partir de la segunda mitad del S.XIX. En este año murió la Reina Madre y poco después el príncipe Alberto marido de la Reina Victoria. La corte se sumió en un riguroso luto, que la reina prolongó hasta su muerte cuarenta años después.
La duración
del luto variaba según el grado de consanguinidad con el difunto. La costumbre más general es
de un año o dos por los esposos, padres e hijos; seis meses al menos por
abuelos y hermanos; tres por tíos o sobrinos, y uno por parientes más
distantes.
Por regla
general el luto se dividía en cuatro periodos:
Primer periodo de luto o luto riguroso: usado por un año y un día.
La ropa debía de ser de género opaco y sin adornos excepto el crepe.
La mujer de clase alta podía seguir la moda, pero siempre usando tejidos de seda o lana.
El rasgo más distintivo de este periodo era el largo velo de crepe negro que llegaba a la altura de la cintura o las rodillas. También debían usar un bonete.
No se usaban adornos o joyas, excepto si eran de ebonita, azabache, vidrio (negro) o joyas hechas con el pelo del propio difunto.
La mujer sólo podía dejar su hogar para ir a la iglesia o visitar familiares directos.
Si la mujer tenía hijos pequeños a los que cuidar y carecía de ingresos, se permitía un nuevo matrimonio después de este periodo.
Segundo periodo de luto: duraba 6 meses.
El bonete se puede adornar con flores o cintas blancas o negras y el velo de crepe se acorta y se puede usar levantado sobre la cabeza
Tercer periodo de luto: duraba entre 3 y 6 meses.
Los adornos de crepe se reemplazaban con adornos de seda negra, cinta negra y encaje. El velo se acortaba aún más y se podía dejar de utilizar, al igual que el bonete.
Cuarto Periodo de Luto o alivio de luto: duraba seis meses
Los trajes podían ser diseñados a la última moda, sólo tenían que ser hechos con colores de medio luto como el gris, violeta, lila malva y blanco.
El viudo sólo tenía un periodo de luto. Éste duraba entre seis meses a un año. Podía continuar su vida normal trabajar, e incluso podía volver a casarse.
Los niños llevan luto blanco hasta los siete años. De siete a diecisiete años se combinaba el blanco con adornos negros en el verano y gris con adornos negros en invierno. Una muchacha era considerada mujer a los 17 años y debía usar luto riguroso si un familiar moría.
El duelo impedía asistir a eventos de placer mundano como fiestas. Durante el periodo de luto riguroso no se recibían ni se devolvían visitas domiciliarias, excepto las de pésame durante los primeros días.
La persona que estaba de luto debía utilizar tarjetas, papel y sobres de luto con franja negra. Cuando el luto finalizaba, y se quería reintegrarse en la sociedad, se debían dejar tarjetas a los amigos y conocidos avisando de que se podía recibir y hacer visitas.
Con la muerte tan presente en el día a día, la visita a los cementerios era obligatoria y las familias gastaban todo lo que podían para conseguir las mejores sepulturas. Los monumentos eran generalmente simbólicos, ya sean religiosos (cruces, ángeles), símbolos de la profesión del difunto (espadas para un general, brocha para un pintor) o símbolos de muerte.
Entorno a los funerales también existían multitud de supersticiones: Las embarazadas no debían asistir a los funerales. Se cubrían los espejos de las casas por la creencia de que el espíritu del difunto quedaba atrapado en ellos. Los relojes se paraban en la habitación donde ocurría el fallecimiento. No se estrenaba ninguna prenda en los funerales, pues se creía que traía mala suerte, especialmente estrenar zapatos.
Las carrozas fúnebres y los caballos eran adornados con plumas negras de avestruz, salvo si se trataba de un niño, que entonces eran blancas, al igual que el ataúd.
Por otra parte el funeral de una persona pobre, tenía que ser en domingo, único día en que no se trabajaba. Sin embargo si la familia no tenía ahorrado el dinero para poder efectuar el funeral en domingo, después de la muerte, el cadáver debía permanecer en la casa hasta el siguiente domingo.
Con la muerte de la Reina Victoria en 1901 y el inicio del periodo eduardiano, las costumbres en el luto se fueron relajando. Aunque en España siguieron conservándose bastante arraigadas hasta bien entrada la década de los años sesenta.
Para saber más:
http://museodeltraje.mcu.es/popups/06-2008.pdf
3 comentarios:
Me fascina la estética del luto victoriano. Hay piezas tanto de vestuario como joyería y demás enseres, que son una verdadera obra de arte. En esa época se cuidaba hasta el más mínimo detalle.
¡Un saludo!
Sin lugar a dudas. Hemos perdido mucho. Ahora con una camiseta y unos vaqueros lo arreglamos todo.
¡Saludos!
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