Hay muchas veces que en Arte o en Moda usamos
el término “victoriano”, “eduardiano” o “Belle Époque” para designar a un
periodo histórico concreto. Si las dos primeras acepciones provienen del inglés
y abarcan en el caso del primero el reinado de la reina Victoria (1837-1901) y
en el caso del segundo, el periodo del rey Eduardo (1901-10), la “Belle Époque”
procede del francés para designar aquel periodo tan boyante en el país franco,
abarcando desde aproximadamente 1890 hasta la primera guerra mundial.
Precisamente con el
estallido de la contienda, fue cuando se afianzó este término de “la bella
época” para recordar con nostalgia aquel pasado de esplendor en el que Francia fue
una potencia a nivel cultural, creativa, económica y de libertad. París, por
aquel entonces, era la capital icónica de la moda y las artes (el modernismo,
el cinematógrafo, el cartelismo…) a la que imitaban el resto de ciudades en
cuanto a modernidad, avance y estilo.
Sus calles y bulevares resplandecían en
torbellinos de alegría, pasión y arte. Las exposiciones universales de París de
1889 (con la famosa torre construida por Eiffel y símbolo ya de la ciudad eterna)
y de 1900 difundieron aún más el glamour de esos años felices, desapareciendo
bajo el estallido de las bombas, la miseria y los años de penuria y desgracia
de la Gran Guerra.
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