jueves, 24 de octubre de 2013

La mécanique des dessous

Si en otra entrada a nuestro blog os hablábamos acerca del corsé del siglo XIX y su evolución, en ésta, a modo de continuación os comentamos una exposición que actualmente está teniendo lugar en Francia, en el Museo de Artes Decorativas de París. Se trata de una muestra "de interior", de aquellos armazones, corsés, miriñaques, hombreras,  tontillos y polisones que modelaban la silueta y creaban el modelo puesto de moda en aquella época. Una "arquitectura de interior" despojada de toda naturalidad con la que mujeres (¡y hombres!) han convivido en los siglos XVIII y XIX.

La exposición, abierta hasta el 24 de noviembre 2013, repasa la historia "indiscreta" de la silueta que ha marcado tendencias hasta nuestros días.
 

martes, 15 de octubre de 2013

El aseo a finales del siglo XIX

Desde el 15 de Octubre de 2013 al 12 de enero de 2014 hubo una exposición muy coqueta y pequeña en el Museo Cerralbo de Madrid titulada "Toilette, la higiene a finales del siglo XIX". Las piezas expuestas y su discurso museográfico nos ofrecían las pautas de cómo era el aseo a finales del 1800. Cecilia Casas, comisaria de la exposición nos invitaba a conocer más de aquella época.

El aseo personal y la cosmética no es emporio del siglo XIX pero sí que se desarrolló considerablemente en comparación con las épocas anteriores. La centuria de 1800 es un momento histórico en el que la imagen personal comienza a adquirir un protagonismo ineludible creándose los primeros interiores domésticos consagrados a la toilette.
 
Esta palabra francesa significa en español y ya desde el siglo XIX, aseo personal, belleza y discreción o arreglo en el aspecto físico, sustituyendo a los antiguos y tradicionales términos de aderezo o compostura. El término toilette también designa, paralelamente a su progresiva aparición en los espacios domésticos, nuevas estancias como la sala de baño o el área de retrete o excusado.


Los cambios en la infraestructura urbana, en los interiores domésticos y en el mobiliario de aseo se suceden vertiginosamente desde mediados del siglo XIX. A finales de 1800 aparecen además las primeras marcas comerciales cosméticas, los salones de belleza y peluquerías y comienza a democratizarse el concepto de moda y estilo. En cuanto a los accesorios de higiene y belleza, marcas punteras de la época son Gal, Floralia, Dorin, L.T. Piver o Houbigant así como las grandes casas de La Toja, Pears Soap o Jacob Delafon. A pesar de la incipiente irrupción en el mercado de las marcas cosméticas pioneras en el último tercio del siglo XIX, según se desprende de los recetarios y manuales de belleza de la época, lo normal era que las mujeres fabricasen ellas mismas sus lociones para la higiene facial y corporal, cremas hidratantes o nutritivas, e incluso el maquillaje, como polvos o el conocido como carmín o rouge, y almacenadas convenientemente en botes. Posteriormente, las empresas cosméticas fueron adquiriendo entidad, aparecieron la publicidad y la imagen corporativa. Las preparaciones de venta directa ganaron en calidad y atractivo para el público comercializándose entonces en droguerías y farmacias las primeras marcas cosméticas nacionales y extranjeras.

 
 El aseo, por lo general y hasta finales del siglo XIX, estaba en el dormitorio A pesar de que una vivienda aristocrática contara con agua corriente, ésta no solía llegar a las habitaciones, en las que se llevaba a cabo el aseo esencial mediante el uso del jarro y el aguamanil. En el caso de los caballeros, el escrupuloso afeitado era básico en la higiene masculina y origen de todo un ritual y parafernalia.


En cuanto a los accesorios de higiene y belleza varonil podemos hallar cepillos de dientes, navajas y tenacillas para el bigote con el que potenciaban o modificaban sus gracias naturales. El vello facial, a dentadura y las uñas estaban entre lo más cuidado del aspecto de un caballero. El cabello masculino, como el femenino, contaba con cepillos y peines que en caso de personas adineradas podían llevar inscritos sus iniciales como éstos con una "M" y una "C" correspondientes al Marqués de Cerralbo.
 
 
El aceite de macasar lo utilizaban tanto los caballeros como las damas adineradas para su cabello. Era un producto que se asemeja a la actual gomina y que servía para protegerlo del uso y abuso de las tenacillas y mantenía el peinado entre lavado y lavado que se producía cada dos semanas aproximadamente. De hecho, el uso de este aceite provocó la aparición de tapetes de ganchillo en el lomo de los sofás, ya que al apoyar la cabeza, el producto manchaba los asientos.

Retretes portátiles como el asiento con agujero (que al bajar la tapa parecía una silla corriente)convivían en las casas con otros más modernos conectados a la red de alcantarillado. Era el servicio domestico el que proveía de agua limpia a las habitaciones y el que retiraba y vaciaba los bacines u orinales usados.
 
 
 










El tocador femenino solía ser una estancia inmediata al lugar del baño en las casas nobiliarias, ya que en ella terminaban los procesos de higiene y arreglo personal y se cuidaban la piel y el cabello. El mueble tocador solía contener elementos esenciales de belleza: crema y polvos de arroz para el rostro, colorete, bandeja para las joyas, set de vaso y cuenco para el enjuague dental... Precisamente el cepillo de dientes fue un instrumento de higiene creado en el siglo XVIII con cerdas animales que producían daños en encías y esmalte y que a lo largo del siglo XIX fue mejorando su fabricación para no resultar tan perjudicial.


Resultaba indispensable además la posesión de unos recipientes adecuados para guardar los cosméticos tanto si eran comprados en la droguería como aquellos que se fabricaban en casa a partir de materias primas adquiridas ex profeso y conforme a los varios recetarios de la época.
 
 
Las estancias solían tener también una percha donde colgaría la indumentaria doméstica de comodidad, previa a la ropa de calle. Además el uso de escupideras era indispensable en los interiores domésticos de fin de siglo.
 
Los aseos de finales del siglo XIX, llamados "aseos modernos", solían contar con agua corriente, canalizada a través de una fuente. El lavabo no solía estar conectado, sin embargo, al agua corriente, de ahí que generalmente siempre hubiese un juego de aguamanil.
 
El baño de cadera proporcionaba todos los beneficios del baño de inmersión y permitía una higiene completa. El bidet por su parte, era indispensable para la higiene femenina, íntimamente ligada con os ciclos reproductivos. Hombres y mujeres solían bañarse de cuerpo entero una vez a la semana, mientras que el cabello se lavaba con huevo, agua, bicarbonato o vinagre cada 15 días, ya que se tenía la idea de que hacerlo más habitualmente perjudicaba el pelo. Las bañeras y los bidet portátiles se podían trasladar a la estancia donde quisieran usarse.
 
 
 
 
 

 
 
 





El retrete de porcelana sólo se lo podían permitir las familias más pudientes y modernas de la sociedad. Los de porcelana aparecieron a mediados del siglo XIX en Inglaterra y de hecho, la época victoriana es considerada la edad de oro de los retretes. Una de las firmas pioneras y responsable de la evolución de la higiene en Inglaterra y Europa fue Doulton.
 

Sin embargo en el siglo XIX no todos, ni mucho menos, eran personas acaudaladas que podían permitirse estos aseos. El resto de la gente humilde, que vivía en corralas o pisos de alquiler compartían letrinas o iban a las casas de baño.

Fuente: Cecilia Casas Desantes. Más información en el catálogo de la exposición.
Crédito de las fotos: Filippo Pincolini y Museo Cerralbo
 
Por cierto, si os fascina el tema os invitamos a que sigáis documentándoos en nuestro foro acerca del maquillaje, los jabones, el cabello en el siglo XIX, los primeros salones de belleza o las primeras máquinas de afeitar.

domingo, 6 de octubre de 2013

Concurso para Halloween

Hace tiempo que no organizamos un concurso y con vistas a Halloween (31 de Octubre) deseamos invitaros a participar al sorteo de un ejemplar del libro "Circo de fantasmas" de Barbara Ewing, publicada por Bóveda editorial. Se trata de una novela ambientada en el Nueva York del siglo XIX. De una manera ágil y muy documentada la autora narra la vida de varios protagonistas con un pasado que esconder, con un futuro por descubrir y con muchas aventuras por las que pasar.

 
Sinopsis: "El Nueva York de mediados del siglo XIX es una ciudad fascinante, insolente y joven, donde abunda el dinero fresco, gentes llegadas de medio mundo e ideas innovadoras como el telégrafo, el daguerrotipo la anestesia, el espiritismo, el ocultismo o las mesas parlantes. En el circo de Silas P. Swift se ocultan una madre y su hija - Cordelia y Gwenlliam Preston-, y allí tratan de encontrar el consuelo para sus corazones heridos mientras provocan el entusiasmo del público en la gran carpa. Cordelia es una oscura mesmerista con poderes curativos y su hija Gwenlliam una aplaudida acróbata y funambulista.
 
Pero en Londres, el viejo y depravado duque de Llannefydd, víctima del resentimiento y de la bilis que lo ahoga, está dispuesto a pagar diez mil libras a quien asesine a Cordelia y secuestre a su hija. De manera inesperada e irremisible, las dos mujeres se verán mezcladas con las bandas de Nueva York y con el departamento de policía."
 
Bases para participar en el concurso:
 
1.- Seguir en Facebook y/o en twitter a Anacrónicos Recreación Histórica.
2.- Enviar a anacronicos.recreacion.historica@gmail.com una foto tuya, individual preferiblemente, transformado en freak o circense. Estas compañías eran muy aplaudidas durante el siglo XIX entre la sociedad porque asombraban y espantaban al público a partes iguales. El rol en el que uno se convierta es libre de escoger: puede ser un tronco humano, mujer barbuda, siamesas, el comesables, el forzudo, el mesmerista, la mujer sirena, la funambulista, enano, gigante, el desfigurado (como el hombre elefante), el hermafrodita...
 
Dado que se trata de una recreación, la foto debe de tener un aire vintage y la transformación debe de ser veraz, basada en personajes reales de la época. No aceptamos fotos de disfraces ni parodias.
La indumentaria no es complicada, dado que se trata de ropa circense. Os dejamos como inspiración esta representación histórica francesa

El plazo para enviarnos la foto es hasta el 6 de noviembre. Tras el sorteo, se hará público el nombre del ganador.

Por razones de gastos de envío, sólo podrán concursar aquellas personas que residan en España.

Anacrónicos R.H. se reserva el derecho de publicar las imágenes del concurso siempre y en todo caso citando a los autores de las mismas.

¡Mucha suerte a todos!

jueves, 3 de octubre de 2013

La sombrilla decimonónica

Los diccionarios y fuentes literarias recogen el término "quitasol" para referirse al objeto que protege del sol. Pero además de ser un objeto destinado a protegerse del astro, durante mucho tiempo fue un elemento distintivo, símbolo de la prerrogativa y rango de quien lo llevaba.


El origen de la sombrilla nos conduce a Oriente. Desde ahí, la sombrilla llegó a Europa probablemente a través de los jesuitas. Aunque en origen, el parasol fue usado por hombres y mujeres, a partir del siglo XVIII se destina exclusivamente para uso femenino. Sin embargo, durante todo el siglo XIX se generaliza y se hace inseparable del traje al que acompaña, y evoluciona de forma paralela.

El marfil o el hueso, el metal o la madera y el celuloide se han empleado para elaborar el mango con empuñadura. Para la estructura, la utilización del acero no se generalizó hasta mediados del siglo XIX. Fue en 1840 cuando Henry Holland presentó una patente de varillas metálicas. Hasta esa fecha, el material empleado para la fabricación de varillas fue la ballena. La seda y el algodón se han destinado para la cubierta, sin que falten encajes y aplicaciones de pasamanería. Pero, además, el interior de algunas sombrillas podía forrarse con tejidos de seda o de fino algodón, ocultando todo el entramado. No se trataba de un simple forro, sino que adquiere tanta importancia como la cubierta exterior.

 
La democratización del uso de la sombrilla ha estado determinada por los progresos técnicos. R. M. Cazal fue uno de los fabricantes más importantes de sombrillas: mejoró el sistema de la sombrilla marquesa e ideó la forma de mantenerla cerrada y enrollada por medio de una estrecha cinta, una pequeña anilla y un botón, sistema que ha llegado hasta nuestro días.

El uso de la sombrilla se generaliza de forma definitiva a partir de 1830. Desde entonces se convierte en un objeto indispensable para la dama, cuya vida se prolonga aproximadamente durante un siglo. Con la mejoras en las técnicas de fabricación, las sombrillas se hicieron más baratas, al tiempo que resultaron más cómodas, menos pesadas y más fáciles de llevar.
 
Las normas de la elegancia y del decoro a lo largo del siglo XIX se ocuparon de regular el uso de la sombrilla. En el caso de hacer una visita, la sombrilla no se dejaba en la antecámara, mientras que los paraguas sí, aunque estuvieran secos.
 
Además de las normas de conducta debían tenerse presente otros aspectos asociados a la elegancia. La sombrilla debía elegirse de acuerdo al conjunto del traje y sobre todo seleccionar un color que sentara bien al rostro, sin olvidar la armonía entre la sombrilla y el sombrero.

 
La edad también determinó la elección de ciertos colores y tejidos. Por otro lado, las guarniciones de ricos y suntuosos encajes y bordados se reservaban para aquellas sombrillas que acompañaban a trajes de mucho vestir o para ir en carruaje.
 
Junto con el abanico y el pañuelo, la sombrilla contó con su propio lenguaje: todo un código gestual, expresión de distintos estados del alma e instrumento al servicio de la seducción más atrevida.

Cogida con la mano derecha significaba un “Te quiero mucho, pero haz el favor de contárselo pronto a mi papá, porque no me gusta perder tiempo. Eres muy salao. Déjate las patillas. Te espero esta noche en la ventana… No te digo más”.
A partir de los grabados de moda de principios del siglo XIX se puede seguir la evolución de la sombrilla. Sombrillas pequeñas en consonancia con la delicadeza de las camisas de estilo imperio. Es además por estas tempranas fechas cuando se define un tipo de sombrilla, la sombrilla marquesa, cuyo sistema, perfeccionado por R. M. Cazal, alcanzó todo su protagonismo a mediados de la centuria, si bien todavía en 1898 su uso no se había abandonado.
 
Este parasol se caracteriza por sus reducidas dimensiones, especialmente apropiado para ir en carruaje, con mango móvil, que se podía orientar con facilidad.
 
El empleo del encaje de Chantilly o de Bruselas para la cubierta, sobre un fondo de seda, caracterizó a algunas de las sombrillas de época Romántica.

 
A partir de los años setenta y ochenta del siglo XIX se aprecian cambios en las sombrillas. Poco a poco se abandonan las reducidas dimensiones de la sombrilla marquesa y el diámetro de la cubierta aumenta progresivamente. No faltan volantes fruncidos, aplicaciones de pasamanerías y se introduce como novedad la sombrilla bastón, que se sostiene por el regatón, convertido en empuñadura, que se lleva consecuentemente al revés.
 
En los primeros años del siglo XX las cubiertas presentan diversidad de formas, desde las más o menos planas a la silueta cupuliforme. No faltan volantes, fruncidos y aplicaciones, los mangos cada vez se hacen más largos, se recupera la sombrilla marquesa. Además, se introduce la denominada antucás, que sirve también como paraguas, de tamaño algo mayor que las sombrillas habituales y más sobrias en la elección del tejido de la cubierta, siendo lo más frecuente uno liso o una seda escocesa.
Las sombrillas de color blanco o crema llegaron a ser las clásicas, siempre de moda, y destinadas entre otros usos para el campo y la playa.
 
Una de las grandes novedades fue la que se presentó en 1904: Madame Vigier y su hija crearon las sombrillas pintadas. Estas sombrillas podían decorarse en casa, para lo cual se recomendaba tejidos lisos que se pintaban con motivos decorativos grandes, como flores, frutos o pájaros. Esta moda se mantuvo durante años.

 
La estética modernista también se dejó sentir en las sombrillas, tanto en los motivos decorativos como en las empuñaduras. Las sombrillas de colores vivos y brillantes hicieron furor en 1906, el bastón progresivamente fue creciendo y se impusieron puños más sencillos. En estos momentos no fue un requisito indispensable que el parasol hiciera juego con el color de los trajes, pero sí que reprodujera algunos de los motivos decorativos de aquéllos. Dos años más tarde fueron habituales las de forma de cúpula, que mantenían el número de ocho varillas.
 
En 1910 la moda impuso sombreros grandes, y aunque su uso no perjudicó el triunfo de la sombrilla, fue necesario modificar la forma de aquéllas para que no deterioraran los tocados. Las varillas se hicieron más largas y la cubierta menos pronunciada, aunque no se abandonaron las sombrillas tipo cúpula. A partir de esta fecha se observa una notable influencia oriental en los parasoles, que se manifiesta en la cubierta plana, bastante más práctica.
 
Otra peculiaridad de los años previos a la Gran guerra fue la longitud de los mangos, llegando a alcanzar un metro veinte centímetros. Por otro lado, al disminuir progresivamente el tamaño de los sombreros, las sombrillas planas se imponen y los mangos se acortan. Sombrillas de algodón, en cretona estampada, de vivos colores resultaron las más vistosas durante la década de los años veinte.
 
La industria de la moda continuó proponiendo modelos y prolongó su reinado hasta los años treinta.

Bibliografía: Mercedes Pasalodos Salgado en La Pieza del Mes Diciembre 2005.