jueves, 20 de julio de 2017

Urbanidad y cortesía

Dentro de los muchos tratados de urbanidad que a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX se publicaron resaltamos el de Saturnino Calleja (1901) para la Biblioteca de las escuelas. El texto, indicado para que los niños, desde su más tierna edad conozcan los métodos de cortesía, educa para integrarse en la vida social del momento.
Tras una reflexiva introducción en la que se nos anuncia del propósito educacional del tratado, el primer capítulo y siguientes abarcan la moralidad, los deberes con Dios, con la patria, individuales, con nuestros padres, con la sociedad, ... El capítulo VII, referido a la cortesía, nos involucra en el afecto, la deferencia o el respeto que nos merecen las personas con quienes tratamos. El capítulo VIII está dedicado al aseo y la limpieza. Algunos consejos que extraemos de este apartado es que "todos los días debemos dedicar algo de tiempo al aseo de nuestro cuerpo (hacer gárgaras, lavarnos la dentadura interior y exterior, limpiar nariz, oídos y uñas) y de nuestros vestidos. Es desaconsejable poner la mano delante de la boca al estornuda o toser y se recomienda el uso de un pañuelo". También ofrece consejos para la limpieza del hogar.
El capítulo XVI nos resulta llamativo por cuanto se refiere a los deberes en la calle, aplicado a que "el traje que usemos debe de ser honesto, serio y conforme a las costumbres establecidas.
Conviene acostumbrarse a dar a los brazos un movimiento suave y natural y hay que saber que las personas bien educadas ni silban, ni se ríen ni hablan en voz alta ni se fijan detenidamente en las personas cuando pasean por la calle. Las damas no deben se ser detenidas ni deterner a nadie, a no ser en casos muy excepcionales. Si encontramos en la calle a algún amigo con quien deseemos hablar, no debemos imterrumpirlo, sino aproximarnos a él, seguir su camino (aún cuando sea el opuesto al nuestro) y separarnos de él al llegar a su primera esquina".
El capítulo XVII hace mención a los deberes entre personas que se visitan, diferenciándose cuatro: de etiqueta, de confianza, de intimidad y de negocio. "En ningún caso debe visitarse a persona con quien no se tenga alguna relación (hasta en las visitas de etiqueta o dedicadas a negocios es precioso tener, cuando menos, una tarjeta o una carta de recomendación). En las visitas de etiqueta debe usarse el traje negro, severo, elegante.
A las visitas de confianza se asiste con el traje que se acostumbra a usar en la calle. Devolver o pagar las visitas es una obligación. Las visitas, por lo general, deben ser cortas excepto cuando el visitante participe con frecuencia en la tertulia de la casa que visita. En cuanto a las tarjetas con las que nos presentamos, si se dobla la parte superior de la izquierda, indica "despedida"; la inferior de la izquierda "felicitación". La superior de la derecha "visita simple" y la inferior del mismo lado, "pésame". Además, sólo en casos muy excepcionales, podremos vivir hospedados con una familia, aunque sea por pocos días, pues el huésped siempre causa molestias, aumenta el gasto y puede ser motivo de trastorno del orden establecido en la casa".
El capítulo XVIII estipula los deberes en las solemnidades y actos públicos y el XX a los que asisten a diversiones públicas ("las señoritas nunca deben asistir a fiestas donde suelan acudir personas incultas").
El capítulo XXI hace mención a las buenas costumbres en la mesa: "Si se trata de grandes banquetes, existirán criados y camareros mientras que en las mesas de confianza y de familia muy escasa, la señora sirve la sopa y el dueño sirve y trincha los demás platos. Ninguna persona debe tomar su asiento en la mesa hasta que no lo haga la señora de la casa, que ocupa el puesto de preferencia. Los demás asistentes irán colocándose según su condición y edad a derecha e izquierda de los dueños de la casa, que ocuparán las dos cabeceras de la mesa.
No deben apoyarse sobre el tablero los codos ni el antebrazo y durante la comida, no se han de ocultar nunca las manos ni tenerlas sin movimiento, como si estuviesen pegadas. En la mesa debe sostenerse una conversación animada, entretenida, sobre asuntos que en ningún modo puedan causar tristezas ni promover discusiones. La risa es un auxiliar poderoso de la digestión. Es útil e higiénico hablar y reir en la mesa per nadie debe hablar ni reír cuando tenga la boca ocupada y cuando la señora de la casa se pone de pie, toda la concurrencia debe imitarla".
El capítulo XXIII y último se basa en la cortesía de la conversación, en las reglas de urbanidad aplicables a los que se refieren a las palabras, a los gestos y ademanes de la conversación. 

Aquí teneis el texto digitalizado para su mayor difusión y conocimiento: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/manes:l_t_630/PDF
Esperamos que os haya gustado y que pongáis en práctica algunas de estas recomendaciones. No todo está pasado de moda ni es anacrónico... ;)

domingo, 2 de julio de 2017

Evolución en la moda femenina en el siglo XIX

En otra entrada a este blog, os hablábamos de la evolución de la moda masculina en el siglo XIX y hace tiempo que deseábamos hablar de una época en la que la indumentaria y su evolución estuvo dedicada y enfocada al mundo femenino.

Nuestro post no pretende ser un estudio profundo de periodos estilísticos, sino un breve compendio. Hay en la red muy buenas páginas relacionadas con la moda ( tanto histórica como específicamente victoriana) como la de Pablo Pena que reseñamos como una de las mejores. Nuestro interés al escribir esta entrada es la de exponer de manera clara unas características destacadas para que se pueda identificar cada periodo de moda femenina en el siglo XIX y circunscribirla a unas décadas o años concretos.


De esta manera, el vestido con el que inauguramos el siglo decimonónico es aquel que proviene de Francia y pone de moda Josefina Bonaparte, esposa de Napoleón, hacia 1800. Toda Europa mira hacia esta corte imperial tan fastuosa como lujosa y aunque muchos países están en guerra contra el militar, sus mujeres no pueden sino suspirar por imitar unos modelos que la primera dama luce con orgullo y elegancia. Es por ello por lo que este vestido se conoce como "Traje Imperio" o "Vestido Regencia" ("Empire gown"). El diseño de día consiste en telas muy finas, gasas y muselinas de colores muy claros. El talle se corta bajo el pecho con escotes algo pronunciados (en el modelo de noche serán más acusados y sobre todo en Francia. En el resto de países, los escotes serán más subidos y siempre bajo el uso del corsé). Bajo el pecho se puede llevar una cinta o algún adorno de color. Este traje, sin marcar las curvas de la silueta femenina, es de talle hasta los tobillos y mangas o bien de farol o bien estrechas y largas.



Es la época en Inglaterra de Jane Austen en el que se desarrollan todas sus novelas. El traje de noche, igual en forma, utiliza más encaje y pasamanería, brocados, chales provenientes de la India estampados de vivos colores y telas más lujosas como el terciopelo.















A este vestido tan delicado se le unen otros complementos: la pelisse (un abrigo hasta el suelo y cerrado por delante), el manguito para proteger las manos, la spencer (una chaqueta cortada a la altura del pecho, generalmente con doble botonadura) y los bonetes, que es el sombrero más usado en esta época y se ataba mediante cinta, bajo la barbilla. Según fuera de paseo, de campo o ciudad, se adornaba más o menos con lazos, flores y plumas. 



 Hacia 1820 aproximadamente los trajes se van abullonando y se comienzan a recargar. El talle se complica, baja la cintura y la falda se llena de volantes y enaguas bajo ellas. Las telas se vuelven más sobrias, aunque muchas de ellas irán estampadas y existe más variedad en los colores. En los años 30 y 40 las mangas se hacen más grandes llegando a llamarse "mangas de jamón" y requiriendo unos armazones que las sujetaran y guardaran la forma. Los peinados se complican acorde con los trajes y surgen los de "jirafa" que son elevados y también necesitaban de alambres para que se mantuviesen altos. 

En Reino Unido comienza a reinar la Reina Victoria en estos años y a este estilo comienza ya a llamarse "Victorian dress" aunque en Europa se le conoce como "estilo romántico" porque es cuando el movimiento Romántico alcanza su plenitud y en España tomará el nombre como "estilo Reina Cristina" (por la esposa de Fernando VII, Mª Cristina de Borbón y Dos Sicilias y Regente hasta la mayoría de edad de Isabel II). Bajo estos vestidos estampados, motivados en gran parte por la revolución industrial que crea nuevos colores y motivos, se esconden multitud de enaguas para abullonar las faldas y un corsé que comienza ya a dejar ver la silueta del reloj de arena. Las telas

No obstante, hacia 1850 los vestidos pesan tanto y están tan ajustados a la cintura creando la figura del reloj de arena (momento de plenitud) que se decide rebajar el número de enaguas y conseguir el mismo volumen que se conseguía gracias a éstas con un armazón que abullona exageradamente la falda. Estamos hablando de la crinolina (llamada así porque las varillas se hacían con crines de caballo) o el miriñaque

Este armazón, que se podía comprar en tiendas ya especializadas gracias al emergente comercio de la moda (surgen las primeras tiendas en Reino Unido y Francia con diseñadores de renombre. En París por ejemplo, Worth trabaja para la emperatriz Mª Eugenia y marca con su nombre toda la ropa que le confecciona) se colocaba sobre unos pololos, una enagua y un corsé apretadísimo que ya comenzaba a provocar desarreglos anatómicos y alguna muerte por corsé. Sobre la crinolina solía colocarse otra enagua y por último, el vestido ajustado marcando perfectamente la cintura El vuelo de la falda es tan grande y la sociedad victoriana tan decorosa que el largo baja hasta el suelo, impidiendo que se vea más allá de la punta del zapato de las damas y considerando obsceno que un caballero pudiese contemplar el tobillo de una señora. 

Por antonomasia, al estilo de crinolina o miriñaque es al que, por extensión, se conoce como "moda victoriana" aunque también se le puede llamar "vestido de la Guerra Civil Americana" (recuérdese "Lo que el viento se llevó"). 

El traje de día suele ser más sobrio mientras que el de noche se llena de volantes, encajes y sobrefaldas. Los escotes más de moda son los de barco aunque también son estilosos en pico o los redondeados. Los colores para las jóvenes suelen ser cremosos o cálidos, para las casadas más oscuros, pues en bailes y teatros, era a las doncellas a quienes debía verse más para atraer a posibles partidos. 

Paulativamente, alrededor de 1865-68 la cola de las crinolinas comienza a ser más abultada y surge la crinolina elíptica que comienza a sustituir a la redonda. En dos años, ya para la década de 1870, a la par que modistas, sastres y casas de moda se adaptan a los nuevos cambios cada vez más ligeros en la moda femenina, surge el polisón

Se trata de otro armazón cuya vigencia acabará hacia 1890 y en cuyos 20 años de imperio, logrará pasar por cuatro estilos diferentes (primer polisón, Natural Form o "estilo princesa", segundo polisón y Hourglass), cada uno con unas características bien diferenciadas.  


 Este nuevo estilo permitía la silueta de un reloj de arena pero con la falda no tan abullonada, permitiendo "forrar" a la mujer en una segunda piel. Los cuerpos se ajustan cada vez más y las faldas se estrechan, marcando busto y caderas. Surgen nuevos colores como el morado, tan de moda en estos años. Con el polisón surge también el traje de una sola pieza, totalmente abotonado por delante. Los peinados se llenan de postizos, trenzas y roscas imposibles que cubren con sombreros de múltiples formas con todo tipo de abalorios sobre ellos. Se abaratan los costes de la indumentaria, surgen los trajes industriales, realizados a máquina y de manera serial (para poderse comercializar), lo que ya no lo convierte en un producto de lujo y exclusivo. La etiqueta exige además que las damas mantengan un traje de mañana para estar por casa, un traje de visita, otro de paseo, el de montar a caballo, el de tarde, el de baile y el de noche (para cena y teatro). 

Los materiales utilizados son bordados, satenes, terciopelos y sedas para los trajes más elegantes y lana y algodón para los de diario. 

Cansados ya de una moda que impedía libertad de movimientos y unido a los alzamientos de sufragismo e independencia de la mujer, la moda femenina exige que el cuerpo se emancipe del armazón y vuelva a llevar sólo una enagua bajo la falda. Es lo que sucede a partir de 1890


El deseo de poder realizar algunos deportes al aire libre como montar en bicicleta o jugar al tenis provoca que algunas comiencen a utilizar pantalones o bloomers (creados por Amelia Bloomer en la década de 1860) para escándalo aún de una sociedad puritana. Las faldas se hacen sencillas, sin apenas adorno las del día y con un cuerpo de mangas abullonadas y cuello muy cerrado. La cabeza se cubre con un moño sencillo y un sombrero de ala corta y plana o canotier. Hacia 1890 surge el traje sastre, compuesto de tres piezas (falda recta que ya permite ver los botines, camisa y chaqueta) que ya antecede la moda eduardiana que será la que cruce al siglo XX y la que da lugar a la Belle Epoque de 1900. 

No debemos olvidar que junto a esta evolución de la moda, existen complementos que acompañan a la dama a lo largo de todo este siglo: el abanico (llamado "imperceptible" en época Imperio debido a su tamaño), el bolso (llamado "ridículo" en época Imperio también debido a su tamaño) y la sombrilla. Por último, nos gustaría recordar que la moda infantil sigue los mismos patrones que la adulta pero en miniatura, de manera que las niñas visten a lo largo del siglo XIX como sus madres pero de una manera más sencilla. También ellas llevan sus corsés, sus enaguas, pololos, chemisses y naturalmente en la época de la crinolina y polisón, sus armazones correspondientes. El imperio de la moda llega así hasta todas las edades y estratos sociales.