Que la literatura es ficción pero también
realidad no es nada nuevo. Los escritores se han basado en su propia
imaginación y en lo que han vivido y visto para desarrollar sus historias y el
siglo XIX dio grandes escándalos en la literatura española. Estos episodios,
enmascarados con más o menos realismo (hemos de recordar que la libertad de
expresión es un derecho relativamente actual y que la censura vivía junto al
tintero del periodista y del escritor), aseguraban la pervivencia de los
personajes que conmocionaron a la sociedad. La novela permitía nombres y hechos
“ficticios” en una realidad que los lectores de la época identificaban
fácilmente, creando una sátira social, Grandes representantes de estos escándalos
sociales fueron Flaubert por su Madame Bovary (1857), Baudelaire con Las flores del mal (1857) y sobre todo Émile Zola, padre del naturalismo francés, cuando publicó Nana (1880), protagonizada por una
prostituta y poniendo por escrito todos los secretos de alcoba en una sociedad
de lo más puritana y moralista.
En la España isabelina en la que la reina casó
con su primo Francisco de Asís, de cuestionada masculinidad (su homosexualidad
se dejaba entrever en La chula. Historia
de muchos, 1870 de Fco. De Sales Mayo), se hablaba a voces de las aventuras
de la joven monarca (se publicó la famosa Maía
o la hija de un jornalero en 1845 de Wenceslao Ayguals de Izco). De manera
velada y anónicamente se publicaron chistes, canciones y hasta acuarelas de Los Borbones en pelotas, atribuidas a
los hermanos Bécquer.
Más allá de palacio, con la liberalización que
supuso la Ley de Imprenta de 1883, comenzaron a publicarse sin pudor aquello
que a la sociedad escandalizaba pero devoraba leer. “Hablemos del escándalo…” comenzaba diciendo Pardo Bazán en su
ensayo sobre el movimiento literario liderado por Zola en 1882. El mayor
alboroto de las letras españolas sin embargo vino con la publicación de La Prostituta (1884) de López Bago,
volumen que se requisó nada más editarse aunque se podía conseguir
clandestinamente. Al autor se le somete a diferentes juicios y cuando finalmente
el tribunal le absuelve al declarar que “la
inmoralidad existe como acto pero no es delito relatarla”, se suceden
numerosas novelas que denuncian los abusos sexuales, la depravación de algunos
sacerdotes o el liberalismo sexual entre nobles en los prostíbulos.
El último tercio del siglo XIX supuso la
liberalización de los autores españoles para criticar y poner de manifiesto una
sociedad hipócrita. “El escándalo”
(1875) de Pedro Antonio de Alarcón o “Pequeñeces” de Coloma (1891) denuncian
las depravaciones de la clase aristocrática y que entre líneas, los lectores
pueden ver a condes o duquesas de la época (como Antonia Domínguez, esposa del
general Serrano). “La mujer de todo el mundo” (1885), “Los maricones, novela de
costumbres” (1885) y “Carne de nobles” (1887) sigue la misma estela.
Más jugoso entre los lectores de la época fue
“¿Loco o delincuente”? (1890), novela que se centraba en un preso acusado de
matar a su esposa y que estaba basado en un hecho real acontecido en 1888 en el
que el marido, adúltero, mata a su esposa, también adúltera. No obstante, en
esta novela no se pone en duda la cuestión moral de él, sino la de ella, que
debe mantenerse fiel y leal al cónyuge, alzándose algunas voces como que el
resultado (el asesinato) había sido justo por la actitud deshonrosa de la dama
ante el marido.
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