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jueves, 1 de mayo de 2014

El oficio de modista en el siglo XIX

La existencia de las tiendas de modista o salones de modas nos habla de un oficio regentado y dirigido por mujeres. Pero históricamente la ejecución de trajes y vestidos estuvo en manos de los sastres. Las mujeres relacionadas con las labores de aguja realizaban trabajos menores, simples composturas y arreglos. La fuerte estructura gremial condicionó el desarrollo y la evolución de este oficio femenino, ya que los sastres cortaban y cosían los trajes de hombres y mujeres.

Más allá de la especialización que desarrollaron las modistas, el comercio relacionado con el vestido en su más amplia extensión estaba integrado por sastres, ropavejeros, tratantes de ropa usada, etc. Dentro de esta variedad surgieron fricciones. El tradicional gremio de los sastres percibió como amenaza la competencia que ejercieron las modistas y los otros profesionales de la confección. Aquéllas no llegaron a constituirse en ninguna corporación, pero con el transcurrir de los tiempos encontraron su sitio: abrieron sus talleres con autonomía y otros pasaron de madres a hijas, alcanzando alguno gran prestigio.

De trabajos casi clandestinos, las modistas pasaron a tener una importancia y consideración social. El caso más emblemático es el de la modista Rosa Bertin (1747-1813) que alentó los gustos de María Antonieta y disfrutó de honores, reconocimientos y una posición no igualada hasta entonces por ninguna proveedora o costurera real. Su fama trascendió las fronteras de manera que otras cortes europeas no sólo miraron a París para conocer los derroteros de la última moda, sino que el interés lo alimentaba la misma Rosa Bertin. La mención a talleres de modistas regentados por ellas mismas es frecuente, desde el último decenio del siglo XVIII.



Otro paso más en la consolidación de esta actividad fue la instrucción femenina. La enseñanza de labores tuvo un lugar preeminente en la instrucción. El fomento de las virtudes domésticas fue un asunto prioritario: la adquisición de los rudimentos necesarios para un buen gobierno de la casa y el conocimiento de todo tipo de labores definió la educación de los futuros “ángeles del hogar”. Se contemplaba todo tipo de enseñanza de labores: bordados en una inmensa variedad y el aprendizaje de diferentes especialidades de costura, costura a la española, a la francesa e inglesa.



De forma paralela a la enseñanza, la publicación de revistas femeninas, de revistas de moda y de manuales de labores y costura y métodos de corte y confección consolidó y afianzó la dedicación femenina a la aguja, ya fuera como distracción, o como vehículo para sacar adelante a las familias.



Hasta mediados del siglo XIX no encontramos obras teóricas fruto de la experiencia femenina. Catorce maestras y modistas prepararon sistemas de corte o métodos de confección para facilitar y perfeccionar el aprendizaje. Entre ellos, destacamos el de Filomena Arregui, que recoge una selección de patrones a pequeña escala tanto de indumentaria femenina como masculina.



La mecanización introdujo cambios. Inicialmente, la generalización de la máquina de coser se presentó como un enemigo crucial, pero sus consecuencias no fueron tan aniquiladoras. Las primeras máquinas no estuvieron al alcance de todos los talleres ni de las jóvenes costureras. Por otro lado, aunque, no cabe duda de que simplificaron el trabajo, lo cierto es que al principio sólo permitían mecanizar los pespuntes. La ejecución de un traje femenino de mediados del siglo XIX resultaba una labor compleja por el número de piezas que había que ensartar, la incorporación de ballenas y la aplicación de adornos, pasamanerías y otros detalles que necesariamente había que coserlos a mano.



No cabe ninguna duda de que el crecimiento de talleres, obradores y salones de moda fue incrementándose a lo largo de los años. Baste, simplemente, consultar la Guía comercial de Madrid, anuario del comercio para constatar qué talleres se mantienen y los que surgen nuevos. En 1863 se contabilizan 56 establecimientos comerciales de titularidad femenina, frente a los 266 para 1887.

Otra manera indirecta de valorar el creciente incremento de esta actividad es considerar las necesidades indumentarias de la población. No sólo se vestían, y muy elegantemente, algunas damas y caballeros, sino que otros talleres se ocupaban de confeccionar prendas para militares o para niños. Además, cierta organización y distribución industrial fue diseñada para abastecer los almacenes y comercios de prendas hechas, con precios más asequibles.

La estructura organizativa de los talleres estaba en relación directa con la importancia de los mismos. Los talleres y salones más selectos contaban con la modista titular que ejercía de directora, una o varias oficiales, quienes asumían el corte de las prendas y las aprendizas o modistillas que ingresaban en el taller para asumir el aprendizaje. Los horarios y salarios dependían de la especialización, aunque podemos sentenciar que aquéllos eran largos y éstos escasos. Las tediosas jornadas estaban en relación con la demanda y la actividad social, muy intensa en los meses de invierno, cuando muchos de los salones se abrían.



La modista se convirtió en un tipo popular, original, que dio lugar a reflexiones literarias y a personajes de novela y teatro.

En el s. XIX, las novedades parisinas eran acogidas con gran revuelo y alboroto. Un mecanismo de reclamo para hacerse con una cuidada y selecta clientela era presentarse como modista francesa. Pero no tenemos la seguridad de que todas las modistas que abrieron sus salones en el señorío matritense fueran de ascendencia gala. Es probable que fuera una práctica habitual afrancesar sus nombres o anteponer al mismo un “madame” o “mademoiselle”. Entre las modistas más afamadas del Madrid romántico destacaron sin lugar a dudas Madame Petibon y Madame Honorine. Celestina Petibon ofrecía una amplia variedad de géneros y entre la nómina de sus clientas aparece en primera línea la reina Isabel II, amén de otras ilustres damas de la familia real.



Enriqueta Jeriort, conocida como Madame Honorine fue una de las modistas más singulares que, desde comienzos de los años sesenta del siglo XIX hasta dos décadas después ofreció sus servicios. En 1868 fue nombrada modista de Cámara de Isabel II, ocupándose de atender los encargos reales.



Para mediados de la centuria se fue generalizando poner etiquetas con el nombre de las modistas en los trajes. En nuestro país, esta práctica se incorporo con gran inmediatez, si bien hay que señalar que en las zapatillas de la década de los años 30 y 40 también es posible encontrar restos de etiquetas. El uso de las etiquetas confirma la autenticidad de la prenda y supone, al mismo tiempo, la reafirmación en la calidad de la prenda y del taller.
 
La propaganda más singular fue la de ser proveedora real. La consecución de este privilegio permitía a las modistas poder exhibir en su establecimiento, el documentación mercantil (facturas, tarjetas, etc) y en los anuncios en prensa el escudo con las armas reales.

La visita a la modista se convirtió en una actividad cotidiana para las damas de la aristocracia y de la burguesía. Una intensa actividad social y pública organizaba las agendas. Cenas, bailes, asistencia a estrenos de teatro, ópera y conciertos y otros encuentros grupales dictaban una etiqueta en la que el traje ocupaba un lugar destacado. De ahí que la actividad de muchos de los salones de moda estuviera marcada por el devenir de los acontecimientos sociales. Para la casa de modas, aquéllos representaban un marco singular para el lucimiento y proyección de la modista.


Mientras que unos se instalaron en los pisos principales, otros abrieron sus puertas a ras de calle. En estos casos los huecos con escaparates fueron el reclamo para la clientela femenina. No se descuidó dotarlos de una moderna arquitectura inspirada en los gustos románticos, que recupera las ojivas y otras tracerías góticas. En cuanto a la forma de ofrecer las mercancías también se introdujeron novedades, primeramente incorporadas en los almacenes de ropas hechas.

Los salones tenían dos espacios bien definidos: el taller propiamente dicho, donde se realizaban los trajes, y la parte pública y representativa, el salón, destinado a recibir a las clientas, adornado con tapicerías elegantes, alguna cómoda y papeleras, asientos y en lugar destacado el espejo.



El coste final de un traje dependía de la calidad de los tejidos empleados, de los adornos y aplicaciones y, por supuesto de la categoría del taller. Generalmente son precios elevados frente a las confecciones hechas que podían adquirirse en algunos de los almacenes de ropa confeccionadas, donde se incorporó la técnica comercial de los precios fijos y únicos. Celestina Petibon facturó por una manteleta de encaje de Chantilly para la reina Isabel II 12.900 reales de vellón en 1862. En la misma fecha y también para la reina, el salón de madame Honorine realzó una talma de terciopelo con encaje de Chantilly por un importe de 5500 reales de vellón. Si tenemos en cuenta que un profesor podía cobrar anualmente entre 10.000 y 11.000 reales es palmario el alto importe de las piezas reseñadas. En otras ocasiones los talleres también llegaban a proveer simplemente del corte de una determinada prenda para que la confección se realizara en casa. A mediados de la centuria el corte de un vestido costaba 8 reales; el de una chaqueta, 6 reales; y una manteleta, 4 reales.


Fuente: Mercedes Pasalodos Salgado. "Visita a la modista". Pieza del mes de junio 2012 del Museo del Romanticismo. Para ampliar el tema o ver la pieza: http://museoromanticismo.mcu.es/web/archivos/documentos/piezames_junio2012.pdf

miércoles, 26 de junio de 2013

100 años de Pontejos

Si alguien nos pregunta "¿qué es Pontejos?" es casi seguro que no diremos que se trata de una plaza del centro de Madrid (pegadita a Sol y al kilómetro 0) o que toma su nombre de Joaquín Vizcaíno, el Marqués Viudo de Pontejos (1790 - 1840). Si tuviésemos que decir con qué relacionamos "Pontejos" hablaríamos del centro neurálgico de las telas, los botones, las puntillas, las lanas, las cremalleras, los encajes, la pasamanería, los hilos de colores y de una mercería en la que se encuentra todo. "Si no está en Pontejos es que no existe", como me dijeron un día.



Así pues, Pontejos es una mercería a la que siguieron otras muchas y varias tiendas de telas. Pero la pionera, esa primera mercería que abría en 1913 sus puertas, cumple 100 años y ha querido celebrarlo con todos nosotros agradeciéndonos nuestra fidelidad y confianza y mostrando una fotografía de la pareja que abrió aquel local: Antonio Ubillos y su señora.



Una buena confección comienza con la elección de un patrón y con la selección de buenos materiales. Sin "Pontejos" muchos recreacionistas nos hubiésemos visto limitados. ¿Dónde conseguir las ballenas para los corsés o la varilla metálica para las crinolinas y los polisones de las damas?
 
Desde Anacrónicos os felicitamos por vuestro valiosísimo trabajo y celebramos con vosotros esos 100 años llenos de muestrarios, máquinas de coser, guantes y tocados. ¡Felicidades por este primer centenario, Pontejos!

domingo, 25 de noviembre de 2012

Los libros de patronaje de Janet Arnold

Como primer ejemplo trataré una de las fuentes secundarias más conocidas a la hora de la recreación civil femenina. Los libros de Janet Arnold. Pero ¿quien era realmente Janet Arnold?
 
La británica Janet Arnold fue una historiadora de la indumentaria, profesora y conservadora nacida en 1932 y fallecida en 1998. A lo largo de su vida escribió numerosos artículos y una serie de libros que han pervivido como unos de los más útiles a la hora de recrear indumentarias de otras épocas.
 
- Patterns of Fashion 1 (cut and construction of women's clothing, 1660-1860), Wace 1964, Macmillan 1972. Revised metric edition, Drama Books 1977. ISBN 0-89676-026-X.
 
- Patterns of Fashion 2: Englishwomen's Dresses and Their Construction C.1860-1940, Wace 1966, Macmillan 1972. Revised metric edition, Drama Books 1977. ISBN 0-89676-027-8
 
- Patterns of Fashion: the cut and construction of clothes for men and women 1560-1620, Macmillan 1985. Revised edition 1986. ISBN 0-89676-083-9
 
- Perukes and Periwigs, Her Majesty's Stationery Office, 1970.
 
- A Handbook of Costume, Macmillan 1973. Reprinted 1978.
 
- Lost from Her Majesty's Back, the Costume Society, 1980.
 
- Queen Elizabeth's Wardrobe Unlock'd, W. S. Maney and Son Ltd, Leeds 1988. ISBN 0-901286-20-6 .
 
- Patterns of Fashion 4: The Cut and Construction of Linen Shirts, Smocks, Neckwear, Headwear and Accessories for Men and Women C. 1540-1660, London, Macmillan, November 2008, ISBN 978-0-333-57082-1


Sin embargo son los cuatro volúmenes de Patterns of Fashion los que más repercusión han tenido, tal vez por la poca distribución que tuvo el “Queen Elizabeth’s Wardrobe Unlock’d”, la pequeña joya olvidada y que, hoy en día sólo es posible adquirir pagando un auténtico dineral.
 
Aclarados los puntos previos, pasemos a hablar pues de los cuatro volúmenes de Patterns of Fashion y del Queen Elizabeth’s Wardrobe Unlock’d.
 
1.- Patterns of Fashion 1. Este primer libro de la colección abarca el periodo comprendido entre 1660 a 1860 y establece el que será el estándar en los cuatro libros de la colección, es decir una pequeña introducción con nociones sobre las épocas tratadas, grabados de patrones, imágenes … y, en definitiva un montón de datos interesantes; y un núcleo del libro en el que desarrolla una serie de trajes con su patrón, su procedencia y unos pequeños datos del mismo.
 
 
 
2.- Patterns of Fashion 2. Cómo lógica continuación del anterior, en este libro encontraremos una serie de trajes que se enmarcan entre los años 1860 y 1940. Y, al igual que en el libro anterior, se centra única y exclusivamente en la moda femenina y en la parte externa de la misma, es decir, los vestidos. En estos libros no encontrarás patrones de ropa interior o indicaciones de cómo realizar las decoraciones o acabados, tan sólo indicaciones y patrones de vestidos y abrigos.
 
 
 
3.- Patterns of Fashion 3. Habitualmente lo encontraremos como “Patterns of Fashion” sin incluir ningún numeral. Abarca el periodo comprendido entre 1560 y 1620 pero, a diferencia de los dos anteriores podemos encontrar también indumentaria masculina en él.
 
 
4.- Patterns of Fashion 4. Es el último libro que llego a escribir de la serie y el más “particular” de todos. En él, y enclavado en el arco de años comprendido entre 1540 y 1660, podemos encontrar desde explicaciones de cómo hacer una gorguera, picados de bolillos para puntillas, cómo hacer tocados y sombreros, cuellos y mil cosas más. Es decir, en vez de dedicarse a la ropa (aunque encontraremos patrones de camisas), se dedica más a los pequeños detalles que tienden a no apreciarse habitualmente, lo que lo convierte en uno de los títulos más interesantes entre los cuatro que escribió de la serie.
 
Pero, ¿Qué nos aportan realmente estos cuatro volúmenes? Sobre y ante todo patrones; explicaciones no tiene muchas y tienden a ser muy esquemáticas pero los patrones son un verdadero tesoro porque nos alejan de los manidos ejemplos de las grandes empresas como Burda, Butterick, Simplicity y demás que, puede que le pongan intención pero, en definitiva, lo que hacen son disfraces.
 
 
 
Sin embargo hay que tener unos pequeños matices en cuenta; el primero es que estos libros no son para nada recomendados a principiantes, y mucho menos si son poco osados. Dan por hecho muchas cosas, y la primera de ellas es que sabes coser y que entiendes un mínimo de patronaje, además de que conoces toda la parte “interior” de los trajes, es decir, ropa interior, corsés, armazones … , aquí no los vas a encontrar, tan sólo el patrón del vestido. Ese patrón es relativamente fácil de escalar ya que está cuadriculado y cada cuadrito es una pulgada real, por lo que lo único que tenemos que hacer es trasladar esa cuadrícula a una medida real. Pero, esto nos lleva al segundo matiz.
 
Este segundo matiz está referido a los patrones en sí, y es que están extraídos de los modelos de los museos, es decir que tienen las medidas que las mujeres habitualmente tenían en la época en la que fueron realizados, o sea, que viene con unas medidas dadas, tú tienes que adaptarlos a tus medidas, y eso no explica cómo hacerlo en los libros.
 
 
 
Y el último gran matiz no está relacionado sólo con los libros de Janet Arnold, sino con la gran mayoría de los libros sobre indumentaria, y es que están en inglés, por lo tanto tienes que tener una mínima noción del idioma para que los libros te sean realmente útiles.
 
Eso sí, son fáciles de encontrar y la mayoría de ellos están a un precio decente, vamos que deberían formar parte de la biblioteca de todo/a buen/a recreador/a porque, en un momento u otro siempre nos van a venir bien, no sólo porque tendremos los patrones de los trajes, sino porque, entre los cuatro, abarca un arco de tiempo importante, incluyendo épocas muy poco tratadas en otros documentos.
 
 
Y antes de cerrar este pequeño artículo sobre Janet Arnold no podemos dejar de hablar de la pequeña joya olvidada, “Queen Elizabeth’s Wardrobe Unlock’d”. Escrito en 1988, hoy en día es muy difícil de localizar y el precio siempre rondará las tres cifras pero vale cada una de ellas. En él encontraremos un concienzudo estudio del vestuario de la reina Isabel I de Inglaterra, basado en inventarios reales, cuadros y documentos de la época. ¡ Decir que es completo es poco!. Eso si, no es para nada apto para principiantes.
 

viernes, 16 de noviembre de 2012

Las fuentes documentales en la Recreación Histórica

LA IMPORTANCIA DE LAS FUENTES DOCUMENTALES EN LA RECREACIÓN DE LA INDUMENTARIA HISTÓRICA.
 
Introducción
 
A la hora de recrear indumentarias y atuendos de otras épocas hay algo más que hacer además de coser, el hecho de realizar un atuendo veraz e histórico implica desarrollar una serie de actividades antes de dar forma al producto final. No sirve únicamente con buscar una foto en google y reproducirla mejor o peor con lo que tengamos a mano. Recrear un vestido de esos que denominamos “de época” implica muchísimo más trabajo en la sombra, que es lo que hace que seamos capaces de crear un atuendo que cumpla con las características de la época, ya sea en telas, colores, cortes …
 
Para ello lo mejor es siempre recurrir a las fuentes primarias, ya sean revistas de la época, páginas de museos o coleccionistas privados, tratados de costura, cuadros, grabados … y también a las secundarias, como pueden ser los ensayos de investigación sobre indumentaria, o los libros con recopilación de fashion plates o grabados.
 
 
¿Porqué recurrir a ellas y no a cualquier otra información?, básicamente porque estas fuentes son las que nos van a dar datos más precisos. Las imágenes que encontramos en google las ha subido gente que siempre puede equivocarse y en las películas y series, por muchos premios que hayan recibido lo que va a primar es la vistosidad, no la veracidad histórica; la BBC y la ITV se esfuerzan en que el vestuario sea lo más fiel posible a la realidad, pero son los menos.
 
 
Por lo tanto antes de ponerse a coser, siempre hay que leer, y leer de una forma coherente, no en diagonal buscando lo que a nosotros nos puede parecer más importante, porque el mundo del cine ha establecido determinados puntos que damos por ley sin pensar, pero que no son ciertos; hay que leer, leer y leer, y cuando hayamos terminado volver a leer. Saltarse este paso, sobre todo cuando nos estamos iniciando en este mundo implica que, por mucho trabajo que nos tomemos a la hora de coser, seguramente lo que termine saliendo sea un disfraz, porque puede tener una forma similar a lo que se pretende, pero no los puntos básicos que hacen que esa prenda sea fielmente reconocible como de una época concreta. Este paso es el que nos va a decir qué tela debemos usar, qué colores (hay que tener en cuanta que, el mero hecho de que un color exista ahora, no tiene porqué implicar que haya existido siempre), qué cortes para lograr determinados resultados, qué armazón para qué vestido y qué actividad… ; si nos saltamos este paso podemos ufanarnos de un vestido de campesina del siglo XIII en negro o de un regencia en malva, y encima creer que lo estamos haciendo bien cuando esos colores no se usaban en esos momentos para esos casos concretos.
 
La documentación nos aporta la base sobre la que empezar a trabajar, nos posibilita empezar la casa por los cimientos y no por el tejado. Obviamente es el camino largo, porque una labor de documentación bien llevada a cabo nos puede llevar muchísimos meses, más tiempo incluso que el que tardemos en realizar la prenda final, pero nos va a asegurar que esa prenda final sea adecuada, con una tela adecuada, un color adecuado, un corte adecuado y unos acabados adecuados; porque la documentación también es la que nos ayuda a dar la forma final al vestido, nos ayuda a darle ese aspecto espectacular del que muchas reproducciones actuales carecen porque no se han molestado más que en hacer el vestido, y no en concluirlo con los bordados, encajes, cintas y demás que realmente sean acordes con la época.
 
 
Sí, este camino implica trabajar, y trabajar mucho, pero la recreación histórica bien llevaba a cabo implica un gasto de tiempo y dinero muchísimo más importante de lo que creen la mayoría. No es hacerse un vestido una semana antes de un evento que se parezca a lo que nosotros creemos que es histórico, es hacer ese vestido, hacer la ropa interior, buscar o hacer el calzado, investigar qué joyas se llevaban, qué peinados …
 
Y eso sólo desde el punto de vista fisico, porque recrear no es solamente hacerse un traje, recrear implica también tratar de comportarse y vivir como en una época que no es la nuestra. Y muchas veces, la recreación no es sólo vestirse, sino también hacerse con un atrezzo que haga que ese “cambio de siglo”, sea más veraz.

 
 
 
 
 
 
 
 
Pero por y ante todo, antes de empezar siquiera a investigar hay que mentalizarse de una cosa, lo que tratemos de recrear no tiene porqué gustarnos siempre, sobre todo en cuanto a moda se refiere, pero si recreamos una época hay que recrearla en todos sus aspectos, no porque no me guste este vestido me hago otro que es diez años posterior, o porque no me gustan estas mangas le pongo estas otras porque total qué importa un siglo más o menos. No. Hay que reproducir el traje tal cual se haría en esa época, nos guste o no, y eso implica tener que hacer mil armazones distintos, tener pololos de casi todos los años, camisolas para distintos tipos de vestidos, corsés diferenciados por épocas… en definitiva, un armario completo, pero de un siglo diferente. No vale hacerse un modelo de 1867 con un miriñaque circular porque “ya lo tengo” y “para qué voy a hacer más”. Si no quieres un miriñaque elíptico no elijas un modelo de 1867, y si la fecha viene dada es preferible no acudir a un evento a hacerlo mal vestido, porque hacerlo puede implicar desmerecer el trabajo que durante mucho tiempo se han estado tomando otras personas.
 
Pero nos estamos desviando del tema, lo que vamos a tratar de hacer a partir de ahora, es acercar esas fuentes documentales, ya sean primarias o secundarias, cómo trabajar con ellas, cómo entenderlas, saber si merecen la pena o no … En definitiva, trataremos de ayudaros a enfrentaros vosotros mismos a la documentación y a cómo tratar con ella.

(Continuará...)